Sin la gracia de Nuestro Señor no puede haber una sociedad normal - Mons. Lefebvre

Fuente: Distrito de México

"Mientras no se restablezca ni se observe la ley de Nuestro Señor, y mientras su gracia no penetre en las almas de nada servirá tratar de conseguir la justicia y la paz, ni siquiera tratar de formar sociedades normales. Únicamente la gracia engendra la verdadera virtud, haciendo de los hombres hijos de Dios e infundiéndoles con la caridad las virtudes sociales, sin las cuales lo único que crece es la codicia."

No olvidemos que sin la gracia no podemos obrar de modo perfecto y santo. Ni siquiera guardaríamos durante mucho tiempo la honestidad natural, porque el pecado original ha puesto el desorden en nuestra naturaleza. Decir que no es necesario que Nuestro Señor reine en la sociedad es abandonar a los hombres a sí mismos para que poco a poco caigan en malas costumbres y en pecado. Por eso, y para que una sociedad sea realmente cristiana, se necesita la gracia.

Por supuesto que todo no se destruye de un día para otro. Después de la Revolución, la sociedad no cayó de pronto en un estado salvaje. Muchas personas aún eran cristianas y hubo durante mucho tiempo cierta honestidad. Se vivía y movía sin temor de ser asesinado. La inmoralidad no lo había invadido todo. Luego vino la separación de la Iglesia y del Estado. ¿Quiere decir esto que al haber personas honestas - incluso sin el culto oficial dado a Nuestro Señor - se podía dejar de dar este culto y seguir siendo honesto? 

Después de algún tiempo se empezó a sentir que la fruta se agusanaba y que todo se echaba a perder. Y ahora estamos viendo casi las últimas consecuencias de la ausencia de religión cristiana en las escuelas, en las universidades y en el Estado. La sociedad está totalmente corrompida; divorcios, matrimonios destruidos y niños abandonados. Esas son las consecuencias del naturalismo y de la negación de la realeza de Nuestro Señor.

Un día, los periodistas me preguntaron en México: "Cómo ve usted el progreso en la sociedad? ¿Cómo considera usted el progreso de la sociedad moderna para alcanzar más justicia y mejor distribución de los bienes?" Yo contesté: "No hay mil soluciones. Es el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo. Mientras no se lo restablezca ni se observe la ley de Nuestro Señor, y mientras su gracia no penetre en las almas de nada servirá tratar de conseguir la justicia y la paz, ni siquiera tratar de formar sociedades normales. Únicamente la gracia, que regenera las almas, engendra la verdadera virtud, haciendo de los hombres hijos de Dios e infundiéndoles con la caridad las virtudes sociales, sin las cuales lo único que crece es la codicia. Es fácil verlo. Hoy se provoca a la codicia y cada vez se incita más a la gente para que reivindique sus derechos. "Tengo derecho a tener lo mismo que el otro"... Se incita a unos hombres contra otros, ¡todos tienen que tener lo mismo! Ahora bien, la codicia crea odio y el odio engendra las disensiones civiles. Se produce la revolución en las sociedades y se comen unos a otros.

Pero si al contrario, las almas se transforman en Nuestro Señor, los que ejercen responsabilidades en el Estado y los que poseen riquezas, bienes y tierras se mostrarán más justos; estarán animados por la virtud de la justicia y comprenderán que tienen deberes con sus inferiores. Y estos últimos entenderán que tienen que trabajar y aceptar su situación, pues no estamos en este mundo únicamente para hacer fortuna. Sabrán que la vida sobrenatural vale mucho más que los bienes de este mundo.

Monseñor Marcel Lefebvre+

Soy Yo, el Acusado, Quien Debería Juzgaros