Sínodo: una derrota para todos

Fuente: Distrito de México

Al término del XIV Sínodo sobre la familia, todo el mundo parece haber ganado. El Papa Francisco ganó, porque logró encontrar un texto de convenio entre dos posiciones opuestas; los progresistas ganaron porque el escrito aprobado admite a la Eucaristía a los divorciados vueltos a casar; los conservadores igualmente, pues el documento no contiene una referencia explícita a la comunión para los divorciados y rechaza el “matrimonio homosexual” y la teoría del género.

Para comprender mejor el desarrollo de los hechos, es necesario partir de la tarde del 22 de octubre, cuando fue entregado a los Padres Sinodales el reporte final elaborado por una comisión "ad hoc" sobre la base de correcciones (modi) aportadas al Instrumentum laboris, propuestas por los grupos de trabajo repartidos por idiomas (circuli minores).

Para la gran sorpresa de los Padres Sinodales, el texto que les fue entregado el jueves por la tarde estaba únicamente en lengua italiana, con la prohibición absoluta de comunicarlo no solamente a la prensa, sino también a los 51 auditores y a los demás participantes de la asamblea. El texto no tenía en cuenta las 1355 correcciones propuestas en el transcurso de las tres semanas precedentes y volvía a proponer en substancia el plan del Instrumentum laboris, comprendiendo los párrafos que habían suscitado las más fuertes críticas en sesión: los que hablaban sobre la homosexualidad y sobre los divorciados vueltos a casar. La discusión se fijó para la mañana siguiente, con la posibilidad de preparar nuevas enmiendas durante la noche, sobre un texto presentado en un idioma dominado únicamente por una parte de los padres Sinodales. Pero la mañana del 24 de octubre, el Papa Francisco, que siempre siguió con atención los trabajos, se encontró de frente con un rechazo inesperado del documento redactado por la comisión. Había 51 padres Sinodales que intervenían en el debate, en los que la mayoría estaba en oposición con el texto aprobado por el Santo Padre. Entre ellos, los cardenales Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos; Angelo Bagnasco, Presidente de la Conferencia Episcopal italiana; Jorge Liberato Urosa Savino, Arzobispo de Caracas; Carlo Caffarra, Arzobispo de Bolonia; y los obispos Joseph Edward Kurtz, Presidente de la Conferencia Episcopal americana; Zbignevs Gadecki, Presidente de la Conferencia Episcopal polaca; Henryk Hoser, Arzobispo-Obispo de Varsovia-Praga; Ignace Stankevics, Arzobispo de Riga; Tadeusz Kondrusiewicz, Arzobispo de Moins-Mohilev; Stanislaw Bessi Dogbo, obispo de Katiola (Costa de Marfil); Hlib Borys Sviatoslav Lonchyna, Obispo de La Sagrada Familia de Londres de los Ucranianos Bizantinos y de muchos otros, todos expresando, en diferentes tonos, su desacuerdo sobre el texto.

Dicho documento ciertamente no podía ser presentado de nuevo al día siguiente en sesión, con el riesgo de satisfacer más que a una minoría y de producir una ruptura importante. Se podía encontrar un compromiso siguiendo la vía trazada por los teólogos del “Germanicus”, el círculo en el que formaba parte el Cardenal Kasper, ícono del progresismo, y el Cardenal Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Entre el viernes por la tarde y el sábado por la mañana, la comisión reelaboraba un nuevo texto, que fue leído en sesión la mañana del sábado 24, después votado por la tarde, obteniendo para cada uno de los 94 párrafos la mayoría calificada de las dos terceras partes, que sobre 265 padres Sinodales presentes reunían 177 votos.

En el transcurso del “briefing” del sábado, el Cardenal Schönborn había anticipado la conclusión para aquello que concernía el punto más discutido, aquel que trata de los divorciados vueltos a casar:

Hablamos, hablamos con gran atención, pero la palabra clave es “discernimiento”, y los invito a todos a pensar que no hay un lado blanco y un lado negro, un simple sí o no. Hay que discernir y es lo que dice precisamente san Juan Pablo II en el Familiaris consortio: la obligación de ejercer un discernimiento ya que las situaciones son diversas y la exigencia de este discernimiento, el Papa Francisco, como buen Jesuita, la aprendió desde su juventud: el discernimiento, está en buscar comprender cuál es la situación de tal pareja o de tal persona”.

Discernimiento e integración es el título de los números 84, 85 y 86. El párrafo más controvertido, el nº 85, que introduce la apertura con relación a los divorciados vueltos a casar y la posibilidad para ellos de acercarse a los sacramentos – sin mencionar explícitamente la comunión – fue aprobado por 178 votos a favor, 80 en contra y 7 abstenciones. Un solo voto de más en relación a la cuota de las dos terceras partes.

La imagen del Papa Francisco no salió fortalecida, sino empañada y debilitada al término de la asamblea de los obispos. El documento que había aprobado fue abiertamente rechazado por la mayoría de los Padres Sinodales, el 23 de octubre por la mañana, que fue su “jornada negra”. El discurso de conclusión del Papa Bergoglio no ha expresado ningún entusiasmo por la Relatio final, sino una nueva censura contra los Padres Sinodales que habían prohibido las posiciones tradicionales. Es por ello, declaró el Papa el sábado por la tarde, que concluir el Sínodo

significa haber puesto al descubierto los corazones cerrados que a menudo se esconden detrás de las enseñanzas de la Iglesia o tras buenas intenciones para sentarse sobre la cátedra de Moisés y juzgar, algunas veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y a las familias lastimadas. (…) Esto significa haber buscado abrir horizontes para sobrepasar toda hermenéutica de conspiración o cierre de perspectivas para defender y expandir la libertad de los hijos de Dios, para transmitir la belleza de la Novedad cristiana, algunas veces recubierta por el óxido de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible”.

Palabras duras, que expresan la amargura y la insatisfacción: ciertamente no las de un vencedor.

Los progresistas también quedaron deshechos, porque no solamente toda referencia positiva a la homosexualidad fue retirada, sino también la apertura a los divorciados vueltos a casar es mucho menos explícita de lo que ellos hubieran querido. Pero los conservadores no pueden cantar victoria. Si 80 Padres sinodales, una tercera parte de la Asamblea, votó contra el párrafo 85, esto significa que no estaba satisfactorio. El hecho de que este párrafo haya pasado a un voto, no suprime el veneno que contiene.

De acuerdo a la Relatio final, la participación de los divorciados vueltos a casar a la vía eclesial puede expresarse en “diferentes servicios”: para eso es necesario

discernir cuáles de las diversas formas de exclusión practicadas actualmente en los dominios litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas. No solamente no deben sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia” (84); “El recorrido de acompañamiento y de discernimiento orienta estos fieles hacia la toma de conciencia de su situación ante Dios. La conversación con el sacerdote, en el foro interno, contribuye a la formación de un juicio correcto sobre lo que pone trabas a la posibilidad de una más grande participación a la vida de la Iglesia y sobre las medidas que pueden favorizarla y hacerla crecer” (86).

Pero ¿qué significa ser “miembros vivos de la Iglesia”, sino encontrarse en estado de gracia y recibir la Santa Comunión?  Y la “participación más completa a la vida de la Iglesia” ¿no incluye, para un laico, la participación al sacramento de la Eucaristía? Está dicho que las formas de exclusión actualmente practicadas en los dominios litúrgico, pastoral, educativo e institucional, pueden ser superadas, “caso por caso”, siguiendo una “via discretionis”.  ¿La exclusión de la comunión sacramental puede ser superada? El texto no lo afirma, pero no lo excluye. La puerta no está bien abierta, sino entreabierta, y entonces no podemos negar que esté abierta.

La Relatio no afirma el derecho de los divorciados vueltos a casar a recibir la comunión (y por lo tanto el derecho al adulterio), sino que niega a la Iglesia el derecho de definir públicamente como adulterio la situación de los divorciados vueltos a casar, dejando la responsabilidad de la evaluación a la conciencia de los pastores y a la de los divorciados vueltos a casar. Para retomar el lenguaje de Dignitatis Humanae, no se trata de un derecho “afirmativo” al adulterio, sino de un derecho “negativo” de no ser impedido a ejercerlo, dicho de otra forma de un derecho a “la inmunidad contra toda coacción en materia moral”. Como en Dignitatis Humanae, la distinción fundamental entre el “fuero interno”, que concierne la salvación eterna de los creyentes individuales, y el “fuero externo” relativo al bien público de la comunidad de fieles, está anulado. La comunión, en efecto, no es solamente un acto individual, sino un acto público llevado a cabo frente a la comunidad de los fieles.  La Iglesia, sin entrar en el fuero interno, siempre ha prohibido la comunión a los divorciados vueltos a casar, porque se trata de un pecado público, cometido en el fuero externo. La ley moral está absorbida por la conciencia que se vuelve un nuevo lugar, no solamente teológico y moral, sino canónico. La Relatio final se integra bien a este respecto a los dos motu proprio de Francisco, en el que el historiador de la escuela de Boloña subrayó la importancia en el Corriere della Sera del 23 de octubre: “Dándoles a los obispos el juicio sobre la nulidad, Bergoglio no cambió el status de los divorciados, sino que hizo un acto de reforma del papado enorme y silencioso”.

La atribución a los obispos diocesanos de la facultad, en cuanto jueces únicos, de instruir como lo entiende un proceso breve y de llegar a la sentencia, es análoga a la atribución al obispo del discernimiento sobre la condición moral de los divorciados vueltos a casar. Si el obispo local estima que el recorrido del crecimiento espiritual y de profundización de una persona viviendo en una nueva unión está acabada, ésta podrá recibir la comunión. El discurso del Papa Francisco del 17 de octubre en el Sínodo indica la “descentralización” la proyección eclesiológica de la moral “caso por caso”. Enseguida el Papa afirmó el 24 de octubre que

más allá de cuestiones dogmáticas bien definidas por el Magisterio de la Iglesia  - hemos visto también que aquello que parece normal para un obispo de un continente, puede parecer extraño, casi como un escándalo, para el obispo de otro continente; aquello que es considerado violación de un derecho en una sociedad, puede ser tenido como evidente e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede ser solamente confusión. En realidad, las culturas son muy diversas entre ellas y todo principio general tiene la necesidad de ser inculturado, si quiere ser observado y aplicado”.

La moral de la inculturación, que es aquella de “caso por caso” relativiza y disuelve la ley moral, que por definición es absoluta y universal. No hay buena intención o circunstancia atenuante que puedan transformar un acto bueno en malo o viceversa. La moral católica no admite excepciones: ella es absoluta y universal, o no es una ley moral. Los medios de comunicación no se equivocan entonces cuando presentan la Relatio finae con este título: “la prohibición absoluta de la comunión para los divorciados vueltos a casar cae”.

En conclusión, nos encontramos frente a un documento ambiguo y contradictorio que permite a cada uno cantar victoria, incluso si ninguna persona ganó. Todos fueron derrotados, comenzando por la moral católica que sale profundamente humillada por el Sínodo sobre la familia terminado el 24 de octubre.

Profesor Roberto de Mattei

Fuentes: Correspondencia Europa