Smartphone: un aparatito endiablado
La comunicación es asunto de la mayor importancia para el ser humano, porque es social por naturaleza. Sin comunicación no hay familia ni sociedad, no hay educación, y el hombre no desarrolla su personalidad. Y la comunicación es todavía más importante para el cristiano, porque Jesucristo mismo ha querido que lo que nos comunica y une con Dios, sea también lo que nos comunique y una con los demás hombres: la caridad, el amor divino, que tiene a la vez como objeto a Dios y al prójimo. De allí que tenga también fundamental importancia el medio de comunicación.
Usamos a propósito esta expresión, por lo mucho que se habla hoy de los «medios de comunicación», actualmente en manos del demonio, que logra desviar para sus fines cosas de suyo buenas. Sucede que cuando estos medios de comunicación no se usan cristianamente, merecen llamarse medios de comunicación mundana, los cuales, en los últimos tiempos, se han ido perfeccionando de manera verdaderamente prodigiosa. Ahora bien, estos medios han ido incorporando a los hombres en una sociedad globalmente anticristiana, que constituye una verdadera anti-iglesia, cuya invisible cabeza es Satanás. Y hoy el principal medio de comunicación es el smartphone, telefonito astuto por el que se mantiene la comunicación en esta nueva sociedad anti-tradicional y revolucionaria, en la que todo cambia a una velocidad cada vez mayor.
1º Los medios de comunicación y la revolución anticristiana
Es muy clara la vinculación entre el progreso de los medios de comunicación y el avance de la revolución anticristiana.
El proceso que vivimos comienza el 1300 con el mal llamado Renacimiento humanista, cuando tantos cristianos dejaron de poner a Dios en el centro de sus vidas y comenzaron a ponerse a sí mismos. Pero es un hecho histórico reconocido que este movimiento de antropocentrismo fue determinantemente influido por la invención del papel y de la imprenta, y el consiguiente abaratamiento de los libros. Los hombres cultos ya no quisieron tener como maestros a sacerdotes y teólogos, sino acceder a las fuentes de la sabiduría por sí mismos: a la Biblia y a los filósofos antiguos.