Sobre la felicidad de las familias numerosas
Familia de Monseñor Marcel Lefebvre.
Extracto del discurso pronunciado por el Papa Pío XII a los Directores de las Asociaciones de Familias Numerosas de Roma e Italia el 20 enero de 1958. A lo largo del discurso, el Santo Padre habla elocuentemente de la alegría, del sacrificio y de la generosidad tan frecuente entre aquellas familias que Dios ha bendecido abundantemente con el don de los hijos.
Las familias numerosas son los más espléndidos macizos de flores en el jardín de la Iglesia; flores de felicidad en ellos y santidad madura en un suelo favorable. Cada grupo familiar, incluso el más pequeño, está destinado por Dios a ser un oasis de paz espiritual. Pero hay una gran diferencia: donde el número de niños no es mucho más que uno, aquella intimidad serena que da valor a la vida, tiene un toque de melancolía o de palidez; no dura tanto tiempo; puede ser más precaria; y a menudo se ve empañada por temores secretos y remordimientos.
Es muy diferente la serenidad de espíritu que se encuentra en los padres que están rodeados por una gran abundancia de vidas jóvenes. La alegría que viene de las bendiciones abundantes de Dios aparece de mil maneras diferentes y no hay temor de que vaya a terminar. El ceño de estos padres y madres puede estar cargado por las preocupaciones, pero nunca hay un rastro de aquella sombra interior que traiciona la ansiedad de conciencia o el miedo irreparable a la soledad. Su juventud nunca parece desvanecerse, mientras la dulce fragancia de una cuna permanezca en el hogar, siempre y cuando las paredes de la casa hacen eco a las voces argentinas de hijos y nietos.
Muchas veces sus pesados trabajos se multiplican, sus sacrificios redoblados, pero su renuncia a las diversiones costosas son generosamente recompensados, incluso aquí abajo, por el tesoro inagotable del afecto y de las tiernas esperanzas que residen en sus corazones, sin siquiera cansarlos o molestarlos.
Y las esperanzas pronto se convierten en realidad cuando la hija mayor comienza a ayudar a su madre a cuidar al bebé o el día en que el hijo mayor llega a casa con el rostro radiante, con su primer sueldo que ha ganado. Ese día será particularmente feliz para los padres, ya que hará que el fantasma de una vejez gastada en la miseria desaparecerá, y se sentirán seguros de una recompensa por sus sacrificios.
Cuando hay muchos niños, los más jóvenes no experimentan el aburrimiento de la soledad y la incomodidad de tener que vivir todo el tiempo en medio de los adultos. Es cierto que a veces pueden llegar a ser tan vivaces que consigan alterar sus nervios y sus desacuerdos pueden parecer pequeños motines; pero incluso sus discusiones desempeñan un papel eficaz en la formación del carácter, siempre y cuando sean breves y superficiales. Los niños de familias numerosas aprenden casi automáticamente a tener cuidado con lo que hacen y a asumir la responsabilidad por ello; a tener respeto por los demás y ayudarse unos a otros, siendo de corazón abierto y generoso. Para ellos, la familia es un lugar de prueba, antes de que ingresen al mundo exterior, que será más difícil para ellos y más exigente.
Vocaciones
Todos estos preciosos beneficios serán más sólidos y permanentes, más intensos y más fructíferos, si la gran familia toma como su propia regla de guía particular y base el espíritu sobrenatural del Evangelio, que espiritualiza todo y hace que sea eterno. La experiencia demuestra que en estos casos, Dios a menudo va más allá de los dones ordinarios de la Providencia, como la alegría y la paz, para conferirle un llamado especial ‒ una vocación al sacerdocio, a la vida religiosa, a la más alta santidad.
Con mucha razón, a menudo se ha señalado que las familias numerosas han estado a la vanguardia como cunas de santos. Podríamos citar, entre otros, la familia de San Luis, rey de Francia, compuesta por diez hijos; la de Santa Catalina de Siena que venía de una familia de veinticinco; San Roberto Belarmino de una familia de doce, y San Pío X de una familia de diez.
Toda vocación es un secreto de la Providencia. Pero estos casos demuestran que un gran número de niños no impide que los padres les den una educación excelente y perfecta; y muestra que el número no va en detrimento de su calidad, con respecto a cualquiera de los valores físicos o espirituales.