Sufriendo con Cristo en las enfermedades

Fuente: Distrito de México

Cuando nos sometemos completamente a Jesucristo, cuando nuestras almas responden con un perpetuo Amén a todo lo que Él pide de nosotros, entonces Jesucristo nos da su paz, "su paz, no como la promete el mundo, sino la paz verdadera que no puede venirnos más que de Él".

Nuestra pobre alma depende en tal manera del cuerpo, que cuando éste sufre o languidece, ella no puede gran cosa. La misma gran Santa Teresa, a pesar de su ardor y generosidad, se lamentaba amargamente de cómo la debilidad de su cuerpo impedía a su alma elevarse a Dios en la oración.

Cuando soportamos las enfermedades con paciencia, somos mucho más agradables a Dios y estamos mucho más cerca de su Corazón que cuando nos sentimos llenos de fervor y consuelo; porque en el primer caso tenemos el mérito del sacrificio y nuestro amor da pruebas más ciertas de que es puro y sin interés propio.

Cuando nos entregamos a Dios sin reservas y con plena confianza, caemos en manos de la Sabiduría y Amor infinitos. Desde ese instante, ni un cabello de nuestra cabeza cae sin su conocimiento, ni permiso. Él lo ordena todo a este gran fin: nuestra unión con Él. Nosotros debemos amar en Él, y con Él, y como Él. 

Somos los miembros de Jesús, y cuando nos encontramos en medio de una enfermedad somos miembros enfermos del Cuerpo Místico de Jesús. El Padre, contemplándonos, ve a su Hijo crucificado en nosotros, y nuestro estado se vuelve una plegaria continua. 

Nuestra fuerza debe ser Cristo. Debemos ser débiles, a fin de que nuestra flaqueza atraiga su compasión y nos colme de su fuerza: Ut inhabitet in me virtus Christi, "A fin de que la fuerza de Cristo habite en mí". Unidos con Jesús, entramos con pleno derecho en el sanctuarium exauditionis, donde todas las peticiones son atendidas. Cuando estamos débiles y enfermos, estamos como Jesús in sinu Patris, "en el seno del Padre", pero en la Cruz. Jesús en la cruz, en la agonía, en la flaqueza, abandonado del Padre, estaba siempre in sinu Patris, y jamás fue tan querido del Padre, jamás estuvo tan cerca del Padre.

Cosa excelente es aceptar de manos del Señor, sin quejarse, el cuerpo que hemos recibido, con sus flaquezas, sus pesadeces, sus sufrimientos, y decir como Cristo: Oh Padre, yo quiero este cuerpo tal como lo has querido para mí, con todo lo que puede acarrearme de penoso.

Fuente: Sufriendo con Cristo - Dom Columba Marmion