Tú no llegas ni a fariseo...
Esta vez nos toca hablar de los fariseos. Es fácil que no tengamos un concepto muy exacto de lo que quiere decir fariseo, sobre todo en el lenguaje evangélico. Para nosotros, fariseo es, más o menos, sinónimo de hipócrita, falso, persona que aparenta virtud y no la tiene, etc.
En realidad, fariseo quiere decir separado. Los fariseos constituían un grupo religiosopolítico en el pueblo de Israel. Su ideario político era el patriotismo israelita y la preservación religiosa y moral del pueblo hebreo, frente a las ideas idolátricas y costumbres relajadas de las otras civilizaciones, especialmente de la civilización helénica. Los fariseos, en realidad, eran los observantes, los legítimos, los respetados, los buenos.
Este Evangelio nos habla algo de Cristo y los fariseos:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás; el que matare será reo de juicio. Pero Yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio; el que le dijere «fatuo», será reo ante el Sanedrín, y el que le dijere «loco» será reo de la gehena del fuego.
Si vas, pues, a presentar tu ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano, y luego vuelve a presentar tu ofrenda.
Aquí hay una frase de Cristo bastante interesante. Dice Cristo: Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos.
Entendiendo la palabra «justicia» tal y como la entiende casi siempre la Sagrada Escritura, como sinónimo de virtud y santidad; catolicismo, diríamos hoy. Si vuestro catolicismo no supera al de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos.
Como veis, se trata de algo bastante importante, que es: salvarse o no salvarse. Y se trata de una medida que Cristo pone para ello: hay que ser mejor que los escribas y fariseos, porque esto no basta.
Ya sé que estaréis por ahí varios muy satisfechos, diciendo que vosotros no tenéis ni pelo de fariseo. Despacio. Conste que los fariseos hacían muchas cosas buenas.
Perdonadme, pero voy a deciros una cosa: que algunos probablemente no llegáis ni a fariseos.
Porque los fariseos iban a la iglesia todas las semanas, y tú... tal vez no vas. Desengáñate: no llegas ni a fariseo. Tú no entras en el Reino de los cielos, por motivos más elementales.
Los fariseos rezaban, y con frecuencia. Tú me vienes diciendo que tú no tienes nada de fariseo, que tú haces todas esas cosas por convicción, que tú no rezas porque tú no eres un farsante, etc.
Para ti tampoco es el Reino de los cielos. Cristo exige que nuestro catolicismo sea mayor que el de los fariseos... Y tú, ¿no rezas? Entonces tu catolicismo es cero. Tú no llegas a fariseo.
Los fariseos daban limosnas. Daban la décima parte de sus ingresos. Tú no eres un farsante, pero tampoco das la limosna que daban los fariseos... Permíteme: no te hagas ilusiones; no llegas ni a fariseo. Cristo no les condena a los fariseos por dar limosna; les condena porque, además de esto, no tienen otras virtudes.
Está de moda el hablar contra el fariseísmo de los católicos; está de rigurosísima moda. Yo quisiera preguntarme: el ochenta por ciento de los que hablamos contra el fariseísmo, ¿ya llegamos siquiera a ser fariseos?
Los fariseos tenían un respeto sublime por la ley de Dios, por los dogmas doctrinales, por las tradiciones eclesiásticas y por las autoridades religiosas. Nosotros, a fuerza de sincerotes y realistas, nos metemos con todas las autoridades religiosas, con la moral, con los preceptos eclesiásticos y hasta con las verdades doctrinales del catolicismo. Muchas veces no llegamos ni a fariseos.
Mal asunto el fariseísmo. Con eso solo no se llega al Reino de los cielos. Pero, hoy, además de éste, hay otro error bastante común en nuestro catolicismo: es el «publicanismo».
Pidiendo perdón a Cristo y a vosotros, voy a tener la frescura de contaros una parábola; una parábola mía:
Dos hombres salieron a la calle un domingo por la mañana: el uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo se fue a Misa; el publicano se fue al bar. El fariseo, en la iglesia, oraba para sí de esta manera: ¡Oh Dios!, te doy gracias de que no soy como los demás hombres: rapaces, injustos, adúlteros; ni como ese publicano que se ha ido hoy al bar sin oir Misa. Ayuno siempre que lo manda la Santa Madre Iglesia y doy el diez por ciento de mis ingresos. El publicano, en él bar, decía a un amigo suyo: Mira, chico, yo tendré mis cosillas: tendré mi manga ancha en los negocios, seré un fresco en los contratos y seré un bala en cuestión del sexto mandamiento. Pero lo que yo no soy es un hipócrita como el fariseo ese. Yo no voy a Misa para que me vean, ni ayuno nunca porque no me sale de dentro ni me dedico a limosnero. Yo lo que no soy es un hipócrita y un fariseo. Yo tengo mi Dios y mis propias convicciones.
Os digo que aquel se condena por soberbio y por fariseo. Pero este también se condena por soberbio y, además, por bruto.
Fin de la parábola mía.
El publicano de la parábola de Cristo era pecador, pero era humilde; iba a la iglesia, hacía oración a Dios, y la oración no la empleaba en decir a Dios cosas contra el fariseo que estaba delante, sino en arrepentirse sinceramente y pedir perdón de sus pecados.
Los publicanistas de hoy también confiesan pecados: los pecados de los fariseos con mucha saña, los suyos con mucha benevolencia, y no se arrepienten de ninguno.
Nuestro publicanismo, el de nuestros espíritus francos, recios y fuertes, no pasa sino de ser una forma más de fariseísmo: un reprochar las faltas farisaicas de los demás, para olvidar o prescindir de las propias. Y esto es, al fin y al cabo, fariseísmo.
Además, el publicanismo es una postura mucho más moderna, más juvenil, más existencialista. Hoy el papel de fariseo está desacreditado. Hoy es mucho más snobista la postura de publicanote. Y, desde luego, es más fácil y más barata: con hacer lo que a uno le dé la gana y luego decir que uno es sincero y no un repulsivo fariseo, ya está.
Los publicanistas rompen con el fariseísmo, es verdad; y esto está bien, pero puestos a romper, rompen demasiado, rompen hasta con el catolicismo. Suelen romper con la autoridad eclesiástica, suelen romper con los preceptos, rompen y destrozan los mandamientos y rompen con su propia conciencia. Comienzan a romper el Talmud y acaban rompiendo la Biblia. Comienzan a raspar el falso catolicismo, y luego raspan hasta el verdadero. Empiezan a quitarse las amplias túnicas y las anchas filacterias, y acaban tratando de desnudarse del mismo estado sobrenatural, quedándose en naturaleza brava.
Íbamos a hablar del fariseísmo, y hemos acabado hablando del publicanismo. Es que todo va incluido, porque todos tenemos algo de fariseos, y los primeros, los publicanistas.
Os recomiendo que vayáis un día a la iglesia, como aquel fariseo y como aquel publicano, y, como queráis: de rodillas o de pie, delante o detrás, le digáis a Cristo esta oración:
«Te doy gracias porque me has hecho ver que yo soy como los demás hombres: fariseo y pecador. Ten compasión de mí, que soy un pobre pecador».
Por aquí, vuestro catolicismo comenzará a ser mejor que el de los escribas y fariseos, y así entraréis en el Reino de los cielos.
Tomado del libro “Eangelio sí, Evangelio no” del P. P.M. Iraolagoitia