Un testimonio desde el purgatorio

Fuente: Distrito de México

El siguiente admirable suceso nos demuestra, por un lado, cuán preferible es el padecer los tormentos del Purgatorio a exponer­se al peligro de ofender a Dios, y por otro nos confirma en dos verdades de nuestra fe, a saber: la existencia de las penas de la otra vida y la eficacia de las oraciones de los santos para librarnos de ellas.

Y este tan grande y estupen­do prodigio no se obró en oculto, ni a la vista de sólo algunas personas; se obró en presencia del rey de Polonia, Boleslao, de los grandes de la corte y de todos los habitantes de la populosa ciudad de Cracovia.

San Estanislao1, Obispo de la ciu­dad, había comprado una posesión para su iglesia a un ciudadano llamado Pedro, que la poseía y pudo venderla legítimamente, el cual, procediendo de tan buena fe como el Santo, se conten­tó con recibir el precio convenido, sin usar de la formalidad de escritura, etc. Pasados tres años de la muerte del ven­dedor Pedro, ciertos sobrinos y here­deros suyos, sabiendo que el rey estaba descontento con el Obispo -porque, cumpliendo el Santo con las obligacio­nes de su ministerio, le advertía sus pú­blicos extravíos- juzgaron que era ésta buena ocasión para entablar demanda, reclamando como herederos la pose­sión vendida. La entablaron, en efecto, alegando ser suya la posesión, y que Estanislao la había adquirido y poseía injustamente. Admitió el rey gustoso la demanda, sabiendo que no había escri­tura que acreditase la justa posesión, y seguro, por otra parte, de que los testi­gos se guardarían bien de deponer en su presencia a favor del Obispo; de lo que resultó que el Santo fue condena­do a devolver la finca a los herederos. No por esto se desanimó Estanislao; protestó en público contra la iniciada sentencia, y añadiendo que, si los vivos no se atrevían a dar testimonio de la verdad, iría a buscar entre los muertos quien la testificase; pidió tres días de término para presentar ante el tribunal al vendedor Pedro, que aunque muer­to mucho tiempo antes, se ofrecía a hacerle comparecer, para que dijese lo que convenía a la justicia. La petición fue recibida con risa y concedida con burlas, para tener ocasión, según juz­gaban, de mortificar al santo Obispo con mayores escarnios. 

El santo dejó el tribunal, y reu­niendo sus canónigos oraron juntos por tres días, ayunando en ellos y pa­sando asimismo la noche para rogar con más fervor al Señor se dignase volver por su causa. Llegado el tercer día celebró de pontifical, y concluida la Misa, ordenado el clero y pueblo en procesión, se dirigió con toda solem­nidad al cementerio, donde hacía tres años estaba Pedro sepultado. Mandó que levantada la lápida se sacase tam­bién la tierra de la sepultura, y cuando apareció el esqueleto, arrodillándose y alzando los ojos al cielo, pidió con bre­ve oración la reanimación de aquellos huesos. Enseguida, y tocándolos con el báculo pastoral, les dijo con la firmeza que inspira la fe viva: Ossa árida, audite verbum Domini! “¡Pedro, escucha la voz del Señor. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo te mando que te levantes, y vengas conmigo a dar testi­monio de la verdad!...” Los huesos se movieron, la tierra se convir­tió en carne, el muerto se levan­tó, salió del sepulcro sin ayuda de nadie, y colocado al lado del Obispo se ordenó nuevamente la procesión, que marchó en direc­ción del regio tribunal.

El rey, que no se había olvida­do del compromiso, no faltó a la hora señalada, y menos los grandes y jueces, los cuales juzgaron en aquel caso ser un deber especial acompañar al rey en su diversión. Diose parte de que Estanis­lao venía al tribunal en solemne pro­cesión trayendo consigo resucitado al vendedor Pedro. No quería creerlo el rey, pero llegó el Obispo, y presentan­do al resucitado Pedro ante el tribunal, dijo: “Éste es Pedro, el que me vendió la posesión; preguntadle y que responda. El hombre es conocido, y su sepultura está abierta: su testimonio es de más peso que el de cuantos hombres y documentos pu­dieran presentarse en contrario”. Enton­ces Pedro, con voz firme y clara dijo: “He recibido el precio justo de la posesión que este santo prelado compró para su iglesia: el contrato fue legal; la posesión es justa; mis sobrinos Pedro, Santiago y Estanislao no tienen razón alguna en lo que pretenden”. Y volviéndose a ellos, les dijo: “Si no desistís de vuestro pro­pósito de molestar al justísimo poseedor, os prevengo que pronto, y después de una muerte infeliz, compareceréis ante el tri­bunal del Juez incorruptible a dar cuen­ta de vuestra inicua pretensión”. Difícil era encontrar réplica a tales palabras. Enmudecieron todos, rey, jueces y he­rederos, no quedando otro arbitrio que hacer justicia, como en efecto se hizo, ordenando el tribunal que, devuelta la posesión a la iglesia de Estanislao, no se le inquietase más sobre ello.

Terminada felizmente la causa, y antes de conducir a Pedro a su sepul­cro, le preguntó Estanislao si quería vivir algún tiempo. Pedro respondió que prefería morir otra vez y volver a la sepultura, más bien que con peligro de pecar, gozar poco ni mucho de esta vida miserable. Dijo enseguida que todavía se hallaba en el Purgatorio, pero que le restaba poco tiempo, y que si prefería el morir era porque, estando seguro de su salvación, aunque sufría atrocísimos tormentos, sería gran demencia engol­farse nuevamente en las borrascas del mundo con peligro de pecar y perder­se. “La única gracia que os pido, añadió, es que imploréis sobre mí la misericordia de Dios para que cuanto antes llegue el fin de mis padecimientos; ayudadme, pues, con vuestros sufragios”. Dicho esto mandó Estanislao que se ordenase nuevamente la procesión, la cual por esta vez se componía de los elementos de la primera, y de los habitantes todos de la populosa ciudad, porque habien­do corrido por sus barrios la voz de suceso tan extraordinario, todos qui­sieron cerciorarse por sí mismos de los que oído les parecía, por lo estupendo, increíble. Llegados al sepulcro y entrado Pedro en él, mandó el Obispo que se le­yese la recomendación del alma, concluida la cual, en un mismo y solo instante fueron vistos allí el hombre vivo y los huesos que an­tes había; muriendo así segunda vez para vivir eternamente con Dios. Ni debemos dudar que empezase luego tan dichoso estado, atendida la multi­tud de fervorosas oraciones, y en parti­cular las del Taumaturgo, que en aquel instante se hicieron por él. Aquí debe­ría concluir este artículo, pero no pue­do menos de indicar, para provecho de todos, la oportunísima reflexión que sobre la respuesta del resucitado Pedro hace un gran maestro de espíritu (P. Fabr. Ambr. Spin.):

“Pedro, dice, después de haber sufri­do juicio en el tribunal de Dios, y des­pués de tres años que padecía las penas del Purgatorio, teme que ha de perderse si se expone nuevamente a los peligros del mundo. Dos lecciones tan fuertes como el juicio de Dios y el Purgatorio por tres años, que le ha hecho conocer con eviden­cia lo que es el infierno con su eternidad, no son bastantes para que él se crea segu­ro contra las asechanzas del mundo, del demonio y de la carne. ¡Le estremece la sola idea de ponerse en ocasión de pecar envolviéndose otra vez entre las oleadas de la vida presente!... ¡Y nosotros sin estos auxilios vivimos con tal seguridad como si nada hubiese que temer, o como si tu­viéramos el Paraíso en la cartera!”

Artículo tomado del libro Maravillas de Dios del Padre Carlos Rosignoli, S.J. (1631-1707) 


El Boletín San Benito es el boletín oficial del Priorato San Benito en Gómez Palacio, Durango.

Descargar el boletín de octubre

Acceder a los boletines anteriores