Velada crítica del Papa a la Iglesia preconciliar
Francisco afirma que se había recluido en sí misma y el Concilio le devolvió el espíritu misionero.
Este martes 8 de diciembre, el Papa abrió la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro y quedó inaugurado el Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia, que concluirá el 20 de noviembre de 2016. Antes y después de la breve ceremonia, Francisco saludó a Benedicto XVI, quien fue el primero en cruzarla tras el Sumo Pontífice, apoyado sobre el brazo del arzobispo Georg Gänswein, su secretario personal y prefecto de la Casa Pontificia.
Minutos antes de este acto, Francisco había celebrado en la Plaza de San Pedro la misa de la festividad de la Inmaculada Concepción, misterio que “expresa la grandeza del amor Dios” porque “Él no sólo perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo”.
Además el Papa se refirió al quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965. Hizo un paralelismo entre la Puerta Santa que abriría poco después y “otra puerta que los Padres del Concilio Vaticano II, hace cincuenta años, abrieron hacia el mundo”. Según Francisco, “esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe”.
Porque ante todo el Concilio fue “un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo”, que Francisco describió con una apenas velada crítica a la Iglesia preconciliar: “Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de las aguas poco profundas que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para reemprender con entusiasmo el camino misionero”.
Esta alusión se refiere a una época, finales de los años 50 y principios de los 60, en la cual la Iglesia alcanzó la máxima expansión misionera de su bimilenaria historia. Y sólo ocho años antes de la clausura del Concilio Vaticano II, Pío XII había escrito su encíclica Fidei Donum sobre las misiones, donde llamaba a sostener “la causa santa de la expansión de la Iglesia en el mundo” y en particular en África: “¡Quiera Dios que, como consecuencia de nuestro llamamiento, el espíritu misionero penetre más a fondo en el corazón de todos los sacerdotes y que, a través de su ministerio, inflame a todos los fieles!”.
El Papa Eugenio Pacelli ya detectaba como zonas de misión los países de tradición cristiana y enumeraba los distintos ámbitos de actuación, pidiendo que “el fervor apostólico de los cristianos” se orientase
hacia las regiones descristianizadas de Europa y hacia las vastas regiones de América del Sur, donde sabemos que las necesidades son grandes; póngase al servicio de tantas importantes misiones de Asia y Oceanía, allí sobre todo donde el campo de lucha sea difícil; sostenga fraternalmente a los miles de cristianos, particularmente amados por nuestro corazón, que son honor a la Iglesia porque conocen la bienaventuranza evangélica de los que ‘sufren persecución por la justicia’ (Mt 5, 10); tenga compasión de la miseria espiritual de las innumerables víctimas del ateísmo moderno, de los jóvenes, especialmente, que crecen en la ignorancia y a veces hasta en el odio de Dios. Problemas todos ellos necesarios, apremiantes, que exigen de cada cual un despertar de energía apostólica, suscitador ‘de inmensas falanges de apóstoles, semejantes a las que conoció la Iglesia en su alborear’”.