Vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos

Fuente: Distrito de México

Nada hay tan mis­terioso como el fin del mundo, pero Nuestro Señor nos ha querido dejar ciertos indicios en el Evangelio. Jesús nos dice en el Evangelio que antes de que suceda el fin del mundo habrá ciertos signos sensibles por los que podremos darnos cuenta de su cercanía. Vamos a tratar de explicarlos en este artículo.

Hoy en día hay mucha ignorancia entre los mismos católicos. Muchos se dejan engañar por las sectas, que pululan por todas partes, ante los anuncios de la in­mi­nencia del fin del mundo o de la venida de Cristo a este mundo. Ya nos advirtió Nuestro Señor que vendrían muchos falsos profetas (Mt 24, 5 y 11) que engañarían a muchos.

Nos proponemos mostrar lo que nos enseña la Iglesia sobre:

l. El fin del mundo.

lI. El juicio final.

Por lo que dicen los libros sagrados, podemos decir que, primero, sucederán ciertos signos, después seguirá la resurrección general de todos los hombres, la separación de buenos y malos, y finalmente la sentencia final.

EL FIN DEL MUNDO

Nuestro Señor nos habla de estos signos en el Evangelio: «Ved la higuera y todos los árboles: cuando echan ya brotes, viéndolos, conocéis por ellos que se acerca el verano. Así también vosotros, cu­ando veáis estas cosas, conoced que está cerca el reino de Dios» (Lc 21, 29-31). Habrá dos tipos de signos:

I. Remotos: sólo indicarán el fin del mundo de un modo negativo: es decir, que no podrá venir el fin del mundo sin que primero hayan ocurrido. Estos signos se llaman remotos porque aunque sabemos con certeza que tienen que ocurrir antes del fin, no sabemos cuánto tiempo transcurrirá entre su realización y el fin del mundo. Estos signos son: 1) la predicación del evangelio a todo el mundo, 2) la apostasía general, 3) la venida del Anticristo, 4) la aparición de Elías y Enoc, 5) la conversión de los judíos.

II. Próximos: indicarán con certeza los acontecimientos futuros: los cambios en el sol, en la luna y en las estrellas.

SIGNOS REMOTOS

1) Predicacion del evangelio a todo el mundo.

Cristo predijo en el Evangelio: «Este evangelio del reino se predicará por todo el mundo, como testimonio para los pueblos, y después vendrá el fin» (Mt 24, 14).

Acerca de esto se pregunta San Agustín: «Dice Jesús que entonces vendrá el fin, lo que quiere decir que antes no vendrá. Pero no sabemos cuánto tiempo después vendrá. Lo único que sabemos es que no vendrá antes» (Epíst. 194, nº 4).

2) Apostasía universal.

Jesús insinuó que en su segunda venida no habrá fe en la tierra. «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Y san Pablo anunció que en los últimos días vendrá un apostasía y una defección en la fe: «Que nadie os engañe, porque antes ha de venir la apostasía» (2 Ts 2, 3).

Antes de esos días, cuando haya muchos falsos profetas en la tierra, mucha gente abandonará la verdadera fe, pero no toda, porque si no se diría que la Iglesia se habría extinguido. De modo que siempre quedarán por lo menos algunos hombres que guarden la verdadera fe.

Por apostasía algunos autores explican que hay que entender la defección de las naciones y los pueblos, es decir, que dejarán de reconocer públicamente a Cristo y a la Iglesia. Las naciones que antes eran católicas porque profesaban como única religión del estado la católica, dejarán de serlo. Eso no significa que en esas naciones no siga habiendo hombres que guarden la verdadera fe.

Otros dijeron que todos los países abandonarían la fe, de modo que tanto los principios, las leyes, las familias y la vida privada se opondrían a Nuestro Señor y a la Iglesia, aunque sigan habiendo algunos hombres que guarden la verdadera fe.

3) Venida del anticristo.

Después de esto, vendrá aquel «hombre iniquo que el Señor matará con el soplo de su boca y con la luz de su venida lo destruirá. Su venida será según la obra del demonio, con muchos prodigios y signos de metira y en todo engaño de mentira» (2 Ts 2, 8 y ss.). San Pablo nos habla del Anti­cristo, pero sabemos poco con certeza. San Juan también habla del Anticristo, pero en el sentido de todo el que se opone a Cristo (1 Jn 2, 18). En sentido estricto, como habla San Pablo, significa el hombre seductor y mentiroso que vendrá en los últimos tiempos y se opondrá a Cristo.

4) Aparicion de Elías y Enoc.

De Elías nos dice el profeta Mala­quías en su libro: «Yo enviaré al profeta Elías antes de que venga el día grande y terrible del Señor» (Mal 4, 5). Y de Enoc nos habla el libro del Eclesiástico: «Enoc agradó a Dios y fue llevado al paraíso para que anuncie a los pueblos el arrepentimiento» (Eclo 44, 16). Generalmente los teólogos dicen que estos dos son los testigos de los que habla el Apocalipsis (Ap 11, 3): «Mandaré a mis dos testigos para que profeticen, durante mil doscientos sesenta días, vestidos de saco. Estos son los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la tierra...».

5) La conversion de los judios.

Que los judíos se han de convertir un día, lo dice claramente el profeta Oseas: «Y después de esto, volverán los hijos de Israel» (Os 3, 5). Esta conversión no será universal de tal modo que no quede ningún judío en la impiedad, sino que bastará con que se pueda decir que el pueblo de Israel se ha hecho cristiano.

De lo mismo habla San Pablo en su epístola a los Romanos (Ro 11, 12 y 15): «Si su caída es la riqueza del mundo, ¿que será su plenitud?... y si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su reintegración?». San Pablo, en esta epístola, compara al pueblo de Israel con la rama natural del olivo, que fue arrancada y en su lugar se injertó la gentilidad: y que luego, la rama natural volverá a ser injertada en su tronco: «el endurecimiento vino a una parte de Israel hasta que entrase la plenitud de las naciones, y entonces todo Israel será salvo» (Ro 12, 25).

Y el mismo Jesús le dijo a su pueblo: «Vuestra casa quedará desierta, porque en verdad os digo que no me veréis más hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor» (Mt 23, 38-39).

SIGNOS PRÓXIMOS

De ellos nos habla Nuestro Señor tanto en el Evangelio de San Mateo (cap. 24), como en el Evangelio de San Lucas (cap. 21). Son los prodigios que aparecerán en el cielo y en la tierra.

«Después de la tribulación de aquellos días, se oscurecerá el sol y la luna no dará su luz, y las estrellas del cielo se caerán y los poderes del cielo se conmoverán...» (Mt 24, 29).

«Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra perturbación de las naciones, aterradas por los bramidos del mar y la agitación de las olas, exhalando los hombres sus almas por el terror y el ansia de lo que viene sobre la tierra, pues los poderes celestes se conmoverán...» (Lc 21, 25-26).

Estos signos se tienen que entender de un modo estricto, de modo que después de que el sol y las estrellas se apagen y se aparten de sus órbitas, todo quedará en la oscuridad, aunque ésta sea relativa, pues así los astros señalarán la proximidad del juicio.

«...Entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo... y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande» (Mt 24, 30).

«...Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y majestad grandes» (Lc 21, 27).

LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS

Antes del juicio final, como nos enseña el Credo, todos los hombres resucitarán para poder comparecer en él. Será la resurrección general: «Creo en la resurrección de la carne».

La resurrección de Cristo es el argumento que utiliza San Pablo para enseñar la resurrección de todos los hombres, «porque si los muertos no resucitan, ni Cristo recitó; y si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe» (1 Co 15, 16-17).

Cada hombre resucitará con su propio cuerpo, el mismo que fue instrumento de sus obras durante su vida. San Agustín dice que «ningún cristiano tiene que dudar de que la carne con la que todos renacerán ‑resucitarán‑ es esta misma con la que han nacido, han muerto o morirán» (Enchi. 84).

El Catecismo del Concilio de Trento nos explica el motivo por el que los hombres tendrán que resucitar para comparecer en el juicio: «Será menester que el hombre resucite con el mismo cuerpo de que se valió para servir a Dios o al demonio, para que con el mismo, goce las coronas y premios del triunfo, o padezca las más espantosas penas y castigo» (parte1, cap. 12, nº 8). ¿Cómo sucederá esto? ¿Cómo se volverán a formar los cuerpos, puesto que ya se habrán descompuesto? En muchos aspectos esto mismo continúa siendo un misterio, pero nada hay imposible para Dios.

EL JUICIO FINAL

La Iglesia, explicando la doctrina de la Sagrada Escritura, nos enseña que al fin del mundo, Nuestro Señor vendrá para juzgar a vivos y muertos, es decir, a todos los hombres. «Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos».

Aunque todas las almas son juzgadas inmediatamente después de morir y reciben su sentencia de premio o pena eternos, o van al purgatorio para pagar la pena de sus pecados, tendrá lugar igualmente este juicio final en el que comparecerán todos los hombres.

«El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras» (Mt 16, 27). «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria y se reunirán en su presencia todas las gentes, y separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos» (Mt 25, 31).

Nos podríamos preguntar por qué si Cristo juzga a cada hombre apenas muere y esa sentencia ya es definitiva, tiene que volver a juzgarlo otra vez. La respuesta nos la da Santo Tomás: «Cada hombre es una persona individual y parte del género humano, por lo que tiene que pasar por un doble juicio: uno individual ‑que tiene lugar a su muerte‑ y otro, como parte del género humano... que tiene que tendrá lugar en medio de un juicio universal de todo el género humano por medio de la separación de los malos» (Suppl., cuest. 8, art. 1 ad 1).

ESTAD PREPARADOS

Después de haber reflexionado un poco sobre estas verdades de nuestra fe, no hay que olvidar que nadie puede conocer ni el día ni la hora de este juicio. «Cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los ángeles, ni el Hi­jo, sino sólo el Padre. Estad alerta, velad, porque no sabéis cuándo será el tiempo» (Mc 13, 32).

Nuestro Señor no nos quiere dar más precisiones, e incluso nos advierte contra los falsos profetas que quisieran decir más: «Muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy” o “el tiempo está cerca”: no los sigáis» (Lc 21, 8).

Es más: no nos conviene saber más, para que estemos de este modo preparados: «Velad, pues, en todo tiempo y orad, para que podáis evitar todo que ha de venir y comparecer ante el Hijo del hombre» (Lc 21, 36).