Viernes Santo - textos litúrgicos

Fuente: Distrito de México

Ha llegado el momento en que Jesús debe entregar su alma al Padre. Profiriendo, entonces, la sexta palabra, dice; “Todo está consumado.” No queda pues sino morir, para poner el último sello a las profecías que han anunciado su muerte como medio final de nuestra Redención. Este hombre agotado, agonizante, que poco ha murmuraba con dificultad algunas palabras, da un gran grito que resuena a lo lejos y sobrecoge de espanto y admiración a la vez al centurión romano que mandaba los soldados que estaban al pie de la cruz. “¡Padre!, exclama, en tus manos encomiendo mi espíritu.” Después de esta séptima y última palabra, su cabeza se inclina sobre el pecho de donde se escapa su último suspiro.

MAÑANA

JESÚS CONDENADO POR CAIFÁS

El sol baña de luz los muros y pináculos del templo de Jerusalén. Los Pontífices y Doctores de la ley no han hecho caso de su brillo para satisfacer su odio contra Jesús. Anás, que había recibido el primero al divino prisionero, ordena que le conduzcan ante su yerno Caifás. El indigno Pontífice ha osado someter a un interrogatorio al mismo Hijo de Dios. Jesús, desdeñando responder, recibe la bofetada de un criado. Tenían preparados testigos falsos que vinieron a declarar sus mentiras ante el que es la suma Verdad; intento inútil, pues los testimonios proferidos serán contradictorios. Entonces, el Sumo Sacerdote viendo que el sistema adoptado para convencer a Jesús de blasfemo no conducía más que a desenmascarar los cómplices de su fraude, quiso sacar de la boca del mismo Salvador el delito que debía hacerle justiciable por la Sinagoga: “Te conjuro por el Dios vivo, que nos digas si Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”[1]. Esta es la interpelación que el Pontífice dirige a Cristo. Jesús, queriendo darnos ejemplo de sumisión a la autoridad, rompe su silencio y responde con firmeza: “Tú lo has dicho, yo soy: Y os digo que a partir de ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios y venir sobre las nubes del cielo.” A estas palabras el Pontífice se levanta y desgarra sus vestiduras, diciendo: “Ha blasfemado.” ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece? Unánimemente respondieron todos: “Reo es de muerte.”

El propio Hijo de Dios ha bajado a la tierra para llamar a la vida al hombre que se había precipitado en la muerte, y lo hace por la más espantosa inversión. El hombre, en pago de tal beneficio, conduce a su tribunal al Verbo divino y le juzga reo de muerte. Jesús guarda silencio y no aniquila en su cólera a estos hombres tan audaces e ingratos. Repitamos en este momento las palabras, con las cuales la Liturgia Griega interrumpe hoy varias veces la lectura de la Pasión: “Gloria a tu Pasión, Señor.”

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