¿Quién fue Mons. Marcel Lefebvre?
Dios nunca desampara a los fieles. Si por los pecados de los hombres permite una crisis o la persecución, sin embargo da siempre a los hombres de buena voluntad los remedios para superar las dificultades y mantenerse en la verdad. Nadie ignora que hoy en la Iglesia católica hay una crisis general. Esa crisis afecta directamente a la sociedad y la familia. Su raíz es una crisis de la fe que es madre de las demás crisis. Los sacerdotes llamados modernistas quisieron adaptar la fe católica al mundo moderno que es un mundo sin Dios personal, sin fe revelada, sin moral divina. Esa adaptación causó la “autodemolición” de la Iglesia según la palabra de Pablo VI. Mons. Lefebvre consciente del peligro tuvo el valor de actuar como arzobispo católico rechazando las reformas imprudentes y destructoras, haciendo lo que hicieron todos los obispos santos durante dos mil años.
I) breve curriculum vitae de Mons. Lefebvre
Mons. Marcel Lefebvre (1905-1991) nació en Francia, de un matrimonio que llegó a tener ocho hijos, cinco de los cuales se consagraron a Dios: dos como sacerdotes y tres como religiosas. Sus papás fueron personas excepcionales, tanto en el aspecto meramente humano como en lo religioso. Su padre murió en campo de concentración alemán durante la Secunda Guerra mundial por haber resistido a la ocupación de su país. Su madre “durante toda su vida y aún más después de su muerte, tuvo fama de santa entre quienes la conocieron[1]”.(Se aconseja leer UN PADRE Y UNA MADRE, los papás de Mons. LEFEBVRE: Ed. Voz en el desierto. México, D.F. se puede conseguir en todas las iglesias de la Fraternidad.)
Mons. Lefebvre de niño conoció las atrocidades que acarreó la Primera Guerra mundial (1914-1918), experimentó lo que puede ser un mundo sin fe verdadera ni caridad. Después de su preparatoria, como seminarista hizo excelentes estudios en Roma acabados con dos doctorados en filosofía y teología en las Universidades del Papa.
Siendo sacerdote entró en la Congregación misionera de los Padres del Espíritu Santo. En África, sirvió a la Iglesia de Dios durante treinta años (1932-1962); “demostró su capacidad y fue subiendo en grados sin interrupción: profesor del seminario de Gabón, rector del mismo, durante algún tiempo – reclamado Francia- superior del Escolasticado de su congregación; más tarde – de vuelta en África, cono obispo y Vicario Apostólico de Dakar (1947) y en seguida Delegado Apostólico para toda África de habla francesa. Por fin, en 1955 la Diócesis de Dakar (Senegal) es elevada a Arquidiócesis y Mons. Lefebvre es nombrado su primer arzobispo” (Gambra, p. 16-17). Como Delegado Apostólico de los Papas Pío XII y Juan XXIII realizo una obra extraordinaria de evangelización en los 18 países africanos de habla francesa; finalmente fue elegido como arzobispo-obispo de Tulle (Francia), Asistente al Trono Pontifico, Superior General de los 5300 Padres del Espíritu Santo y miembro de la Comisión preparatoria del concilio Vaticano II.
En la última etapa de su vida (1970-1991) fue fundador y 1er Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y el arzobispo más enérgico en su resistencia a las novedades de origen protestante y masónico introducidas en la Iglesia mediante el Concilio pastoral Vaticano II (1962-1965). (Se aconseja ver UN EXCELENTE dvd, documental de 100 minutos sobre la vida de Mons. Lefebvre. Se puede conseguir este dvd en todas las capillas y misiones de la Fraternidad San Pío X)
Durante el Concilio, Mons. Lefebvre fue activo entre los cardenales y obispos que querían mejorar muchas cosas en la Iglesia pero no hacer una Revolución que iba debilitar a la Iglesia y confundir a los católicos. Quería fortalecer la Iglesia reafirmando la Doctrina Católica y haciendo reinar a Cristo en las almas, las familias y en las naciones y no laicizar “paganizando” el espíritu y costumbres de los católicos y favoreciendo a las sectas cancerosas y el indiferentismo religioso en nombre de una “libertad religiosa” condenada por Cristo y todos lo Papas por ser libertad para el error.
II) Los estudios que hizo en Roma
En el seminario francés de Roma y en las universidades del Papa, bajo la dirección del RP Le Floch el seminarista Lefebvre estudió y saboreó la sabiduría de Santo Tomás de Aquino, de la Liturgia católica y de los papas.
Mons. Lefebvre estudió a fondo la Suma Teológica de santo Tomás que es el doctor común, (es decir, el maestro que explicó de tal manera la doctrina católica que debe ser estudiado y seguido con toda seguridad). Mons. Lefebvre tenía muy clara y profundamente en su espíritu los principios católicos, las verdades eternas. Tenía de Dios un conocimiento digno de un sacerdote de Jesucristo. Y ese conocimiento lo hacia amar con toda su alma a la santísima Trinidad, al Verbo encarnado y sus obras maestras en la tierra: la Santísima Virgen María y la Santa Iglesia católica.
La religión no es un placer que el hombre hace hacia Dios ni un servicio que le brinda, sino un deber de justicia. Todo lo debemos a Dios. Todo lo que somos y tenemos es un don de Dios por consiguiente todo lo debemos referir a Él mediante el espíritu de religión: tener en su mente la presencia continua de Dios y el espíritu de adoración interior. La total dependencia de la criatura para con su Creador se manifiesta en la adoración en el Santo Sacrificio de la Misa donde se inmola el Cordero de Dios: Nuestro Señor Jesucristo. El padre Haegy, autor de un famoso manual de Liturgia en Roma, fue el maestro de Mons. Lefebvre. Ese buen sacerdote inculcó a sus alumnos el espíritu de la Liturgia católica donde el humano se borra delante lo divino; el sacerdote deja a Cristo y a la Iglesia actuar mediante la ceremonia. Durante su Misa de su boda de oro sacerdotal, Mons. Lefebvre, antiguo gran ceremoniario, dijo: “Hemos aprendido, joven seminarista, a amar al altar[2]”, amar lo católico, amar lo que eleva el alma hacia Dios. El conocimiento que tenía de la Liturgia y teología fue una fuente de donde Mons. Lefebvre sacaba su amor hacia Dios y su sed de salvar a las almas por las cuales el Hijo de Dios murió en la Cruz. Esa fe viva y apostólica explica el gran amor que tuvo hacia la Iglesia y su desacuerdo con lo que puede poner en peligro el honor de Cristo, la vida de la Iglesia y la salvación de las almas. Eso lo vemos en la actuación de los santos cuya vida no fue arbitrariamente adaptada para justificar la ideología actual. Para Mons. Lefebvre y sus maestros romanos, dogma, fe, sacrificio de la Misa, Jesucristo, Iglesia católica, Papa, no son palabras vacías sino realidades maravillosas y vinculadas, fuentes de salvación y santificación de las cuales uno debe vivir y por los cuales es necesario sacrificar su vida, su honor, sus fuerzas para comunicarlas íntegras a los hombres de generación a generación.
Marcel Lefebvre, sacerdote romano
En Roma, Mons. Lefebvre bebió la leche pura de la doctrina católica romana. Recibió el espíritu romano, el amor hacía la Roma de los santos y mártires, de los papas y confesores, (es decir, de los que dieron testimonio de la fe católica y sufrieron por ella). Bajo la dirección del Padre Le Floch se asimiló la fe católica y vio claramente el peligro mortal que representa por ella las doctrinas liberales, modernistas racionalistas que rechazan todo lo sobrenatural, la Revelación, la Divinidad de Nuestro señor Jesucristo. Asimiló las enseñanzas de los papas expuestas en las encíclicas. En efecto; conscientes de su gravísima responsabilidad de vicarios de Cristo, los papas analizaron a la luz de la fe, los errores del mundo apóstata actual y sin ninguna concesión, reafirmaron, frente a estos errores mortíferos, la fe y la moral de Cristo. Los vicarios de Cristo lucharon contra los enemigos externos e internos de la Iglesia: contra los enemigos externos (los ateos, masones, comunistas, liberales) que rechazan la fe católico y quieren construir una sociedad sin Dios, oficialmente atea lo que es una injuria contra Dios, e injusticia contra las almas que se pierden. Los papas condenaron también a los enemigos internos, los llamados católicos modernistas o liberales aliados de los anticatólicos por abandonar los principios católicos o al menos querer conciliarlos con los errores de sus adversarios cosa que siempre aprovecha al enemigo de la salvación.
Mons. Lefebvre consideraba: “como una grande gracia de Dios de haber podido respirar, durante un tiempo, esa atmósfera llena de fe y espíritu católico, esa romanidad que es el alma de la fe católica misma. En Roma, dijo Mons. Lefebvre, teníamos la convicción de estar en una escuela de la fe. Tuve la dicha de asistir a las canonizaciones de Santa Teresita del Niño Jesús y la de santo Cura de Ars ” (Tissier de Mallerais, p. 75). En 1929 antes de su ordenación sacerdotal, leyó las obras espirituales de don Marmión, célebre abad benedictino y El alma de todo apostolado de Don Chautard. Mons. Lefebvre se prometió de buscar en la unión contemplativa del sacrificio de la cruz la fuente de la fecundidad de su futuro apostolado. El 21 de septiembre de 1929 fue ordenado de sacerdote para la eternidad.
Mons. Lefebvre: doctor en teología
Siendo sacerdote, el padre Lefebvre hizo su doctorado en teología en la universidad gregoriana. Estudió a fondo el tratado del Verbo encarnado, Nuestro Señor Jesucristo, la gracia y la santificación del alma cristiana y las virtudes. Mons. Lefebvre tratará durante toda su vida de transmitir a las almas el conocimiento de Cristo y de su gracia para que alcancen la vida eterna. Por esa razón después de un año de apostolado en Francia, para hacer mayor sacrificio de su vida y comunicar a Cristo a los pueblos paganos de África entró en la Congregación del Espíritu Santo.
III) Sacerdote misionero en África
Entre 1930-1931, el padre Lefebvre se prepara para ser misionero. Es un año de intensa oración, mortificación, abnegación y estudio de la vida religiosa para mejor imitar a Nuestro Señor Jesucristo. “Para ser apóstol, decía su maestro de novicios, hace falta tener la fortaleza y la bondad. Fortalézcate y sea un hombre. La fuerza apostólica es una santa audacia. La timidez, el respeto humano son obstáculos a esa fortaleza. La bondad está hecha de suavidad, de indulgencia, de flexibilidad, de facilidad natural o adquirida para adoptarse a los demás”.
En el noviciado el futuro obispo profundizó lo que significa: “En cuanto a nosotros, hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en ese amor. Dios es caridad” (I Juan 4, 16). De ese versículo sacará su lema episcopal. En África, el misionero Lefebvre, manifestó su amor hacia Dios y su Iglesia dedicándose, como profesor y director, a la formación de los futuros sacerdotes; dio muchas pruebas de su caridad hacia las almas en las misiones y de su amor para la extensión de la Iglesia Católica. Director del Escolasticado (Facultad de filosofía) durante los años 1945-1946 en Francia buscó el alimento y la cobija para sus seminaristas mientras que el país estaba arruinado por la guerra. En un momento difícil, el futuro Delegado Apostólico del Papa dirigió con mucha sabiduría y prudencia a “los filósofos” de su congregación. Les inculcó a actuar según los principios de fe católica y no según las ideas a la moda y las pasiones inflamadas del momento. En 1947, el Papa Pío XII conociendo el valor, la doctrina segura y romana del misionero Lefebvre, lo nombró obispo para Dakar, en África.
Obispo de Dakar, Senegal
En Dakar el día de su entronización Mons. Lefebvre exhortaba a todos los fieles: “a tomar su parte en la grande tarea común que es toda de caridad por el amor, el don de sí mismos” a Cristo y su Cuerpo Místico, la Santa Iglesia Católica. Como obispo manifestó sus dones de organizador que siempre buscaba lo mejor. Los ojos fijos sobre el futuro el obispo de Dakar promovió la formación de católicos selectos para asegurar el porvenir del catolicismo en África. Fundó un colegio para jóvenes.
En 1947 Mons. Lefebvre había encontrado en Dakar 2 parroquias y 3 iglesias, dejó a su sucesor 9 parroquias y 13 iglesias Dejó también 400 catequistas formados. En 1947 había 3 congregaciones femeninas con 12 casas, Mons. Lefebvre hizo venir 21 congregaciones femeninas que fundaron 40 conventos. Esas religiosas se ocupaban de la oración, de las escuelas, de los hospitales, o de la imprenta católica.
Las estadísticas hablan por sí mismas: durante el episcopado de Mons. Lefebvre en Dakar (1947- 1962), el número de los sacerdotes pasó de 42 a 110, el de los hermanos religiosos de 14 a 33, el de las monjas de 120 a 250 (Tissier de Mallerais p 192). Eso es algo enorme en un país en su mayoría musulmán y pagano.
Tenía un muy grande cuidado de los sacerdotes: para ayudarlos, protegerlos, animarlos, organizaba retiros espirituales, recolecciones, juntas anuales de los superiores y párrocos. Su meta era juntar a los sacerdotes para evitar el aislamiento.
Mons. Lefebvre ayudó todo lo que obra para restaurar el orden cristiano en la sociedad. Apoyó la Ciudad católica fundada por Jean Ousset en Francia para trabajar a la restauración del reinado de Cristo en la sociedad civil. En el prefacio al libro de Ousset Para que (Cristo) reine, Mons. Lefebvre escribía: “Nuestro Señor reinará en la Ciudad cuando unos millares de discípulos (...) serán convencidos de la verdad que les es comunicada y de que esa verdad es una fuerza capaz de transformarlo todo”.
Con los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y la Ciudad católica nacía una nueva y sana acción católica para realizar lo que pedía san Pío X en su encíclica Il fermo proposito: “Luchar mediante todos los medias justos y legales contra la civilización anticristiana, (...) remplazar a Jesucristo en la familia, la escuela, en la sociedad”
Mons. Lefebvre querría dar a África todo lo cristiano, guardar todo lo bueno que hay en su tradiciones y eliminar lo negativo como por ejemplo “excluir la poligamia, la esclavitud de la mujer, rehabilitarla en su dignidad (...) liberar a los pueblos africanos de un tipo de civilización que oprime la dignidad humana sancionada por una religión falsa” (Tissier de Mallerais p 218-219). El arzobispo misionero favoreció la educación católica porque sabía que el laicismo quita del corazón de los niños “la más hermosa riqueza y el más grande capital que exista en el mundo: el temor de Dios y el respeto de su Ley” (Tissier de Mallerais p. 220)
Delegado Apóstolico y Arzobispo de Dakar (1948-1962)
En1948 el Papa Pío XII nombró a Mons. Lefebvre Delegado Apóstolico para toda África de habla francesa lo que forma hoy 18 países. El Papa escribía a Mons. Lefebvre: “Ud. ha gobernado tan prudente, sabia y activamente el vicariato apostólico de Dakar, Ud. está inflamado de un tal celo para difundir el reinado de Cristo, (...) que hemos decidido elegirlo para gobernar esa delegación apostólica. Totalmente convencido que sus dones peculiares y principalmente su actividad comprobada y sus talentos que lo disponen a ese cargo, serán de gran y benéfica utilidad para esa delegación” (Tissier de Mallerais p. 221-222)
El Delegado Apostólico, además de su arquidiócesis de Dakar, tenía que dirigir 44 Circunscripciones eclesiásticas y las relaciones diplomáticos con el gobierno francés y sus altos comisarios para África. Mons. Lefebvre creerá 21 nuevas circunscripciones y presentará a la Santa Sede 37 ternae, es decir, 37 listas de tres candidatos para ser elegidos obispos. Hablando del nombramiento de obispos, el alto Comisario del gobierno francés Pierre Messmer decía: “Los criterios de Mons. Lefebvre eran el rigor doctrinal y las buenas costumbres”.
La labor de Mons. Lefebvre hizo posible, entre 1955-1956, la creación de 30 diócesis y 11 arquidiócesis. El mismo en 1956 fue entronizado por el cardenal Tisserant Arzobispo de Dakar.
El arzobispo trabajó de todas sus fuerzas para implantar la vida religiosa en África. Entre 1955 y 1958 el número de las Congregaciones de hombres pasó de 32 a 39 y las de las monjas de 80 a 130. El Papa Pío XII aprovechó mucho los consejos del Delegado Apostólico para escribir la encíclica Fidei donum sobre las misiones. Mons. Lefebvre dijo: “El Papa siempre me ha mostrado mucha afección y testificado su apoyo y aliento”. En efecto, Pío XII lo reconoció diciendo: “Mons. Lefebvre es ciertamente el más eficaz y más calificado de los delegados apostólicos”
De hecho, Mons. Lefebvre hizo lo que pudo para implantar la fe de Cristo en África. “Nunca insistiríamos demasiado: se debe a la intensa actividad del Delegado Apostólico, a su tesón, a su tenacidad, el hecho de que el África católica de habla francesa tuvo gran desarrollo y ascenso admirable en los años cincuenta. Todos los testigos lo afirman, y si ellos callaran, las piedras mismas gritarían: por todas partes las primeras piedras, las placas conmemorativas, los libros de oro, y los anales atestiguan que centenas de iglesias, escuelas, dispensarios, salones de obras parroquiales, fueron consagradas, bendecidas y inauguradas por Mons. Lefebvre, deberíamos decir que fueron conseguidas a fuerza de muchas colectas, súplicas, insistencias, sudores del Delegado de Pío XII. Ahora bien, todas esas piedras, ladrillos, han producido tantas piedras vivientes, tantas almas cristianas. Sí, después de que ha pasado Mons. Lefebvre, África de cultura francesa nunca será la misma.” (Tissier de Mallerais, pag. 238-239).
“Mons. Lefebvre es ciertamente el más eficaz y más calificado de los delegados apostólicos”. Pío XII.
La primera preocupación de los obispos misioneros como Mons. Lefebvre la extensión de la Iglesia Católica y la defensa de los derechos de Nuestro Señor Jesucristo. Eso es lo que los hace vivir y actuar. “Ay de mí si no anuncio el Evangelio” había dicho san Pablo.
Después del desastre del concilio Vaticano II, obra de unos ideólogos, que nunca fueron misioneros y a veces ni párrocos, la Iglesia en África está sumergida por las sectas y el Islam. En 1987 el misionero arzobispo que consagró su vida a la difusión del Evangelio decía: “Si las naciones occidentales que tenían el cargo de levantar esas poblaciones africanas no hubieran traicionado su misión y si la misma Iglesia no se hubiera negado a sí misma, en lugar de ver la inquietante progresión del islamismo, la mayor parte de África sería hoy católica” (Tissier de Mallerais p. 257).
En 1958, murió Pío XII, sin haber creado cardenales. Muy fácilmente Mons. Lefebvre hubiera podido ser nombrado cardenal. Pero Juan XXIII tenía otras concepciones acerca de la Iglesia y de las misiones. Conociendo el gran celo de Mons. Lefebvre por el reinado social de Cristo, su apego a los principios católicos, su lucha contra el liberalismo que niega el reinado de Cristo, el nuevo Papa diplomático cambió de actitud hacía el Delegado Apostólico. El 22 de julio de 1959 Mons. Lefebvre quedaba como arzobispo de Dakar. Con la independencia de los países africanos Mons. Lefebvre pidió a Roma un coadjutor senegalés
El 12 de febrero de 1962, Mons. Lefebvre celebra su misa de adiós en la catedral de Dakar. Mons. Dodds tomando las palabras de un ministro del gobierno dijo al arzobispo. “Para ser senegalés, no es necesario de haber nacido en ese país, es suficiente de amarlo y de trabajar por él. Mons. Lefebvre Ud. ha sido un gran senegalés”.
Arzobispo-obispo de Tulle (1962)
El nuevo Delegado Apostólico había propuesto al Vaticano que el arzobispo Lefebvre fuera nombrado arzobispado vacante de Albi en Francia. Pero cuando los dirigentes liberales del obispado francés supieron que Mons. Lefebvre iba regresar a Francia pidieron al gobierno para que “se diera a Mons. Lefebvre una pequeña diócesis y que no fuera miembro de la Asamblea de los Cardenales y Arzobispos”. El gobierno transmitió esas exigencias al nuncio apostólico a Paris el cual las aceptó. (Tissier de Mallerais p 271-272).
De otra parte esos mismos obispos mandaron especialmente a Roma a Mons. Richaud, arzobispo de Burdeos para manifestar la oposición del núcleo ya liberal del obispado francés a toda promoción del valeroso misionero cuya idea era digna de los Apóstoles: difundir el Evangelio, someter las inteligencias a Cristo, extirpar el naturalismo, laicismo y ateismo de los corazones para que las almas puedan dar culto a Dios y salvarse mediante una civilización cristiana.
Entonces, el Delegado Apostólico para 18 países y arzobispo de la capital del Senegal fue nombrado arzobispo-obispo de Tulle, pequeña diócesis en Francia.
En unos meses Mons. Lefebvre trató de dar vida a la diócesis animando a los sacerdotes desanimados, visitando a las parroquias, predicando de palabra y ejemplo, reorganizando la educación católica de la juventud. Seis meses después el arzobispo Lefebvre era elegido superior General de la Congregación del Espíritu Santo para dirigir la actividad misionera de 5300 sacerdotes. Continuará.
Padre Michel Boniface
[1] José Miguel Gambra, Mons. Lefebvre, vida y pensamiento de un obispo católico, Madrid, 1980, Vassallo de Humbert, Pág. 15 (A partir de la cita siguiente citaremos esta obra: Gambra y la página en el texto).
[2] Bernard Tissier de Mallerais, Marcel Lefebvre, Une Vie, Etapes, Clovis, 2002, p. 74 (En adelante citaremos esa obra en nuestro texto Tissier de Mallerais y la página).