Recemos mucho por el Santo Padre

A menudo, puede ser difícil para los católicos rezar por el Papa luego de todo lo que ha sucedido durante estos años de crisis… después de todo lo que se ha dicho y hecho para confundir a los fieles en favor de los enemigos de la Iglesia. He aquí la respuesta de la Iglesia a esta dificultad.

“Un cristiano que no reza por el papa es como un niño que no reza por su padre.” Estas son las enfáticas palabras del gran Apóstol Redentorista de Viena, San Clemente Hofbauer. ¿Hemos de pensar que el Papa Francisco no necesita oraciones? Si tu padre necesitara oraciones urgentemente y tú se las negaras, ¿qué clase de hijo serías?

El Catecismo del Concilio de Trento explica que honramos a nuestro padre y a nuestra madre primeramente con: “el ofrecimiento espontáneo de un amor sincero y obediente.” Luego, continúa diciendo que también debemos a nuestros padres: “otros actos de respeto, como suplicar por ellos a Dios,” someternos “a sus deseos e inclinaciones.” Imitar “sus buenos ejemplos… no solamente pedir su consejo, sino también seguirlo” y “ayudarlos en sus necesidades.” Por lo tanto:

estamos obligados a honrar no solamente a nuestros padres biológicos, sino también a todos aquellos que reciban el título de padre, como obispos, sacerdotes, reyes, príncipes y magistrados, tutores, custodios, amos, jefes, maestros, personas ancianas y similares, todos estos tienen derecho, algunos en mayor o menor grado que otros, a compartir nuestro amor, nuestra obediencia y nuestra ayuda.” [1]

Evidentemente, no podemos obedecer al Papa cuando éste se aparta del camino de sus predecesores, ni cuando la sumisión a sus “deseos e inclinaciones” implicaría desagradar a Dios. En su célebre declaración de 1974, Monseñor Lefebvre escribió:

Ninguna autoridad, ni siquiera la más elevada en la jerarquía, puede obligarnos a abandonar o a disminuir nuestra fe católica, claramente expresada y profesada por el magisterio de la Iglesia desde hace 19 siglos.”

Como sabemos, este tipo de desobediencia legítima, no infringe las prerrogativas de la infalibilidad papal, pero deberíamos enfocarnos más en el hecho de que no disminuye nuestra obligación de amar y ayudar al papa tanto como nos sea posible.

Esto debemos hacerlo, sobre todo y ante todo, como lo señala la declaración explícitamente, porque creemos y nos adherimos a la Tradición, y lo haremos:

Sin ningún tipo de rebelión, amargura o resentimiento… con la convicción de que no hay mayor servicio que podamos prestar a la Santa Iglesia Católica, al soberano Pontífice y a las futuras generaciones.”

Asegurándonos así de “permanecer fieles a la Iglesia Católica y Romana [y] a todos los sucesores de San Pedro.” Pero esto es sólo el punto partida: el objetivo es obtener del cielo la conversión del Papa a través de las oraciones de los hijos inocentes a los que, al parecer, ha abandonado. El amor y ayuda que le debemos le da derecho a estas oraciones.

Pregunta: Pero el Papa Francisco nos ha abandonado como padre… ¿Por qué deberíamos rezar por él como sus hijos fieles?

Es verdad que el actual papa parece no haberse dado cuenta todavía de que no sólo no somos sus ovejas errantes, sino que estamos en el “corazón mismo de la Iglesia”, según las hermosas palabras de la Florecita (SantaTeresa del Niño Jesús). Somos sus verdaderos hijos e hijas. Pero, si como sucede en el Rey Lear de Shakespeare, él nos rechaza o nos abandona, no puede decirse lo contrario, y es por eso que unimos nuestras oraciones con aquellas del sacerdote en la Santa Misa cuando reza por el Soberano Pontífice en el Canon; el hecho de que recemos a Dios por “nuestro Papa Francisco” demuestra que nos negamos a estar en cisma con él, sin importar la actitud que él tenga hacia nosotros.

La vida de la beata Elisabeth Canori-Mora (1774 – 1825), una Terciaria Trinitaria italiana, que fue una esposa maltratada, una madre ejemplar y una mística altamente favorecida, no deja de sorprendernos por la relevancia que tiene en nuestros días. Su ejemplo no es solamente una inspiración para que aquellas esposas que se hallen en dificultades conyugales recurran a su intercesión; sino que además nos enseña que la fidelidad y perseverancia tienen una importancia universal, y especialmente para los fieles católicos en lo relacionado a su adhesión a la Tradición.

Luego de que su inmoral esposo, Christopher, la hubiera abandonado a ella y a sus hijas para vivir en adulterio público, Elisabeth continuó rezando incesantemente y ofreciendo sacrificios por su conversión y la de su cómplice en el pecado. Se aseguró de que él supiera que seguía siendo el jefe de la familia, y que sería bienvenido en el momento en que quisiera regresar a ellas y a su humilde morada, y a la miseria a la que las había reducido con sus gastos licenciosos. Cuando algunos amigos bien intencionados intentaron persuadirla para que buscara la separación legal de su esposo, rechazó enérgicamente esta sugerencia y vivió con su ejemplo la santa doctrina de la indisolubilidad del matrimonio cristiano, misma que inculcó en los demás con sus consejos. Cuando Christopher quiso divorciarse, ella no dio su consentimiento, aunque en todos los demás aspectos, trató de obedecerlo hasta donde su conciencia se lo permitía. Mantenía un retrato de Christopher colgado en un lugar visible de su apartamento, para recordarle a sus hijas, y a ella misma, que ese era su hogar, y que él las había abandonado a ellas, y no al contrario.

Gracias a su perseverancia en la penitencia y oración, finalmente obtuvo la conversión de su esposo, y, tal como ella lo había profetizado, Christopher fue ordenado sacerdote franciscano, luego de la muerte prematura de Elisabeth. Fue beatificada en 1994, durante el Año Internacional de la Familia.

Los papas post-conciliares pueden haber descuidado en gran medida las verdaderas necesidades de la única Esposa de Cristo, la Iglesia, para complacer a otros numerosos grupos e instituciones meramente humanos, pero llegará el momento en que el Papa Francisco, o alguno de sus sucesores, experimentarán la aflicción y arrepentimiento que caracterizaron la conversión de Cristopher Canori-Mora, y comprenderán que, “el golpe maestro de Satanás ha sido introducir la desobediencia a toda la Tradición en nombre de la obediencia”, tal y como Monseñor Lefebvre solía decir. Sin embargo, ese momento de gracia debe ser obtenido mediante la oración: nuestras oraciones. Después de todo, ¿cuántos “modernistas” o “sedevacantistas” rezan por él?

Pregunta: Tal vez recemos por su conversión, pero ¿cómo podemos amar y reverenciar a alguien que parece estar haciendo tanto daño?

Según la verdadera caridad que debemos tener por el Papa, misma que debería movernos a rezar por él. Para esto debería bastarnos el Mandamiento dado por Dios Nuestro Señor:

Pero yo os digo, amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os persiguen y calumnian para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos.” [2]

¡Cuánto más debemos amar al Papa, de quien difícilmente puede decirse que nos odia, nos calumnia y nos persigue!

Y en cuanto a la reverencia, no estamos hablando de esa ciega “papolatría” de algunos conservadores que ignoran el bien común, sino del respeto que se le debe al Papa por su cargo, y el cual no depende de la forma en que lo ejerce. Santa Catalina de Siena, quien reverenciaba al papado como la roca sobre la que Nuestro Señor construyó su Iglesia, no se dejaba engañar por la ilusión moderna de que la infalibilidad o ausencia de error, bajo ciertas condiciones determinadas, va acompañada de la impecabilidad o ausencia de pecado. Hablando de la virtud del respeto (por la cual “rendimos… honor a aquellos que nos superan en algún tipo de dignidad”), Santo Tomás de Aquino señala que:

Un superior malvado es honrado por la excelencia, no de su virtud sino de su dignidad, como ministro que es de Dios, y porque el honor que se le rinde a él, es al mismo tiempo rendido a toda la comunidad que preside.”[3]

Si incluso un rey o gobernante malvado es honrado por ser de algún modo un ministro de Dios, entonces, ¡cuánto más cuidado debemos tener con la manera en que nos expresamos del Vicario de Cristo, quien, ciertamente, no es malvado, sino solamente está equivocado!

Una gobernante verdaderamente malvada, enemiga de la Iglesia y perseguidora de los Católicos fue, sin duda, la Reina Elizabeth I de Inglaterra. Y sin embargo, San Edmundo Campion habló en nombre de todos los católicos ingleses cuando le dijo a ella y a su gobierno lo siguiente:

Diariamente, muchas manos inocentes son elevadas al cielo por usted, las manos de aquellos estudiantes ingleses, cuya posteridad nunca morirá, quienes más allá de los mares, y con virtud y suficiente conocimiento para su objetivo, están determinados a no dejar que usted se pierda, sino, al contrario, a ganarla para el cielo o a morir en sus picas. Y en cuanto a nuestra Sociedad, sepa que hemos creado una Liga, todos los Jesuitas en el mundo, cuya multitud debe sobrepasar el ejercicio de Inglaterra, para cargar alegremente la cruz que pondrá sobre nosotros y para nunca perder la esperanza de su recapacitación, mientras sigamos teniendo al menos un hombre para gozar de su Tyburn, ser azotado con sus tormentos o consumido en sus prisiones. Los costos han sido considerados, la empresa ha comenzado; le pertenece a Dios; no puede ser resistida. De este modo se sembró la fe; del mismo modo será restaurada. Si mis propuestas fueran rechazadas y mis esfuerzos no tuvieran fruto y, habiendo recorrido miles de kilómetros para hacerle un bien, fuera recompensado con rigor y dureza, no tendría otra cosa que decir más que encomendarla a Dios Todopoderoso, quien escudriña los corazones y nos envía su gracia, y a quien le pido que al menos al final podamos ser amigos en el cielo, en donde todas las injurias son olvidadas.”[4]

Si los católicos de Inglaterra pudieron rezar por su Reina, y todavía lo siguen haciendo, ¿acaso los fieles católicos del mundo harán menos por su Padre común? ¡Que sus “manos inocentes” sean “elevadas al cielo diariamente” hasta que Dios Todopoderoso se digne escuchar sus súplicas!

Pregunta: Yo rezo por el Santo Padre y sus intenciones, ¡pero no me pidan que rece por las intenciones del Papa Francisco! ¿Puede acaso complacer a Dios rezar por el éxito de alguna reunión ecuménica o para que los católicos tradicionalistas abandonen su lucha?

Su interpretación de las que pudieran ser las intenciones subjetivas del presente Papa tal vez sea correcta pero, aun así, irrelevante. Cuando rezamos “por las intenciones de nuestro Santo Padre, el Papa” estamos rezando por algo objetivo, establecido por la Iglesia y dictado por ella desde hace muchos años:

  • La exaltación de la Iglesia
  • La propagación de la fe
  • La extirpación de las herejías
  • La conversión de los pecadores
  • La concordia entre los príncipes cristianos
  • El mayor bienestar del pueblo cristiano

Estas son las intenciones del Soberano Pontífice por las cuales rezamos como condición para ganar indulgencias plenarias.

Pregunta: ¡El Papa Francisco nunca cambiará! ¡Nuestras oraciones son inútiles!

Aquellos que piensan de este modo se olvidan de que las puertas del infierno jamás prevalecerán contra la Única y Verdadera Iglesia. Olvidan que un día esta terrible crisis llegará a su fin y que habrá un papa, ya sea el presente o alguno de sus sucesores, no lo sabemos, que operará este cambio. Olvidan que jamás será inútil ninguna oración que sea conforme a la Santa Voluntad de Dios. Y les haría bien considerar la manera en que Monseñor Lefebvre veía esta cuestión. Poco tiempo después del Concilio escribió:

La destrucción de la Iglesia está progresando a gran velocidad… El papa se ha hecho a sí mimo impotente. Y sin embargo, únicamente el sucesor de Pedro, y sólo él, puede salvar a la Iglesia.” [5]

Una década después, les recordó a sus seminaristas lo siguiente:

Estamos muy lejos de negarnos a rezar por el papa, al contrario, redoblamos nuestras oraciones y peticiones para que el Espíritu Santo le conceda luz y poder en el fortalecimiento y defensa de nuestra fe… La Verdad debe ser confirmada en Roma más que en ningún otro lado. Le pertenece a Dios y Él la hará triunfar.” [6]

Y en el trascendental año de 1988 [es decir, el año en que consagró a cuatro obispos sin el permiso directo del Santo Padre – Ed.] declaró categóricamente que:

Sólo el Papa puede llevar a la Iglesia de vuelta a la Tradición. Sólo él tiene el poder, sólo él tiene la responsabilidad, y si, tristemente, él también ha permitido ser arrastrado por los errores del Vaticano II, esto no es razón suficiente para separarnos de él. Al contrario, debemos esforzarnos al máximo para que reflexione sobre la gravedad de la situación, para impulsarlo a regresar a la Tradición y pedirle que conduzca a la Iglesia de regreso a su camino de 2000 años. Quizá me respondan, junto con todos aquellos que nos han abandonado por esta misma razón: “¡Es inútil! ¡Está desperdiciando su tiempo!” Piensan así porque no confían en Dios. ¡Dios puede hacer todas las cosas! Hablando humanamente, tienen razón, porque la situación es desesperanzadora. Pero Dios lo puede todo, y la oración puede obtenernos todas las cosas. Y es por eso, que debemos rezar por el Papa, redoblar nuestras oraciones por él, para que Dios Todopoderoso lo ilumine y le abra finalmente los ojos para que pueda ver el desastre que hay en la Iglesia…” [7]

En una ocasión, el R.P. Franz Schmidberger [quien fuera alguna vez el Superior General de la Fraternidad] predicó un emocionante y conmovedor sermón, en el que señaló que:

Cuando San Pedro fue lanzado a prisión por Herodes y atado con cadenas, la Iglesia rezó sin cesar por él: hoy, Pedro está nuevamente entre cadenas, las cuales, en parte, él mismo se ha forjado.”

Finalizó diciendo:

Nos toca a nosotros suplicar a Dios de rodillas sin cesar hasta que envíe un ángel, como lo hizo aquella vez, que conduzca a Pedro fuera de su prisión.” [8]

Ya sea que Dios envíe un ángel para ayudar a salir de su predicamento al sucesor de San Pedro o para que acepte el ofrecimiento del martirio descrito en la terrible visión del Tercer Secreto de Fátima, nuestro deber queda claramente expresado en las palabras que la Beata Jacinta dijo a sus compañeros: “¡Pobre del Santo Padre, debemos rezar mucho por él!”


Notas

1 Explicación del Cuarto Mandamiento

2 Mt. 5:44-45.

3 “Alarde de Campion”, viii-ix; para el texto completo, ver Catholic, septiembre 2011.

4 Summa Theologica, Ila IIae, Q.103, A.2, rep. obj 2.

5 Carta del 20 de noviembre de 1966 al Cardenal Ottaviani

6 Directrices para los seminaristas de Econe, 8 noviembre de 1979

7 Sermón en Econe, 23 de abril de 1988.

8 Sermón (1987), Amt und Person des Simon Petrus (cf. Acts 12:5).


Este artículo (que ha sido ligeramente modificado para el sitio SSPX.ORG) fue autorizado por el R.P. Nicholas Mary.

Fuente: District of the USA