San Esteban Protomártir (Segundo día de la Octava de Navidad) - textos litúrgicos
Esteban, señalado ya por sus virtudes, recibió de los Apóstoles la misión de organizar las comidas destinadas a los pobres. Obraba tan estupendos milagros que los judíos de cinco sinagogas lo citaron ante el Sanhedrín, y terminaron matándolo: se precipitaron todos a una sobre él, y lo apedrearon, mientras que él, de rodillas, entregaba su santísima alma a Jesús y perdonaba a sus verdugos. A imitación suya, procuremos amar de veras a los que nos hayan causado algún mal, y estemos dispuestos, como este Santo, a orar por nuestros enemigos.
MISA
Comienza la Santa Iglesia por las palabras del santo Mártir, quien, con frases de David, nos trae a la memoria las maquinaciones de los malvados, y la humilde confianza que le hizo triunfar de sus persecuciones. Desde la muerte de Abel hasta los futuros Mártires que inmolará el Anticristo, la Iglesia será siempre perseguida; su sangre no cesa de correr en una u otra región; pero su confianza reside en la fidelidad a su Esposo, en la sencillez que vino a enseñarle con su ejemplo el Niño del pesebre.
INTROITO
Sentáronse los príncipes, y hablaron contra mí; y los malvados me persiguieron: ayúdame, Señor, Dios mío, porque tu siervo practica tus mandamientos. Salmo: Bienaventurados los puros en su camino, los que andan en la Ley de Dios. — T. Gloria al Padre. En la Colecta, la Iglesia pide para sí y para sus hijos la fortaleza divina que llegó en los Mártires hasta el perdón de las injurias, ratificando así su testimonio y su semejanza con el Salvador. Ensalza a San Esteban, que fué el primero en dar el ejemplo en la nueva ley.
ORACIÓN
Suplicárnoste, Señor, nos concedas la gracia de imitar lo que veneramos, para que aprendamos a amar a nuestros enemigos; pues celebramos el natalicio de aquel que supo rogar por sus mismos perseguidores a tu Hijo Nuestro Señor Jesucristo. El cual vive y reina contigo.
EPÍSTOLA
Lección de los Actos de los Apóstoles (Cap. VI y VII.)
En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y fortaleza, hacía prodigios y grandes milagros en el pueblo. Levantáronse entonces unos de la Sinagoga, llamada de los Libertinos, y Cirineos, y Alejandrinos y de los de Cilicia y de Asia, disputando con Esteban: y no podían resistir la sabiduría y el Espíritu con que hablaba. Y, oyendo estas cosas, se secaban de rabia en su interior, y rechinaban los dientes contra él. Mas él, estando lleno del Espíritu Santo, mirando al cielo, vió la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios. Y dijo: He aquí que veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes gritos, se taparon los oídos y se lanzaron a tina contra él. Y, arrojándole fuera de la ciudad, le apedrearon: y los testigos depositaron sus vestidos a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedrearon a Esteban, que oraba y decía: Señor, Jesús, recibe mi espíritu. Y, puesto de rodillas, clamó con grande voz: Señor, no les imputes este pecado. Y habiendo dicho esto, se durmió en el Señor.
De esta manera, oh glorioso Príncipe de los Mártires, fuiste llevado fuera de las puertas de la ciudad para ser sacrificado, y muerto con el suplicio de los blasfemos. El discípulo debía ser semejante en todo a su Maestro. Pero ni la ignominia de esta muerte, ni la crueldad del suplicio amilanaron tu esforzado espíritu: llevabas a Cristo en tu corazón, y con él eras más fuerte que todos tus enemigos. Mas, ¿cuál fué tu gozo, cuando se abrieron los cielos sobre tu cabeza y apareció en su carne glorificada ese Dios Salvador, de pie y a la diestra de Dios, cuando se encontraron tus miradas con las del divino Emmanuel? Esa mirada de un Dios a su criatura que se dispone a sufrir por El, y de la criatura a Dios por quien se inmola, te puso en arrobamiento. En vano llovían las duras piedras sobre tu inocente cabeza: nada era capaz de distraerte de la vista de aquel Rey eterno que por ti se levantaba de su trono y venía a colocarte la Corona que te había tejido desde toda la eternidad y que ahora conquistabas! Ruega, en la gloria donde hoy reinas, para que también nosotros seamos fieles, y fieles hasta la muerte, a ese Cristo que no sólo se ha levantado, sino que ha descendido hasta nosotros en la figura de niño.
GRADUAL
Sentáronse los príncipes y hablaron contra mí: y • los malvados me persiguieron. — Y. Ayúdame, Señor Dios mío: sálvame por tu misericordia.
ALELUYA
Aleluya, aleluya. — Y. Veo los cielos abiertos, y a Jesús, que está a la diestra del poder de Dios. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Mateo. (XXIII, 34-39.)
En aquel tiempo decía Jesús a los Escribas y Paríseos: He aquí que yo envío a vosotros profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos los mataréis y crucificaréis, y a otros los azotaréis en vuestras sinagogas, y los perseguiréis de ciudad en ciudad: para que venga sobre vosotros toda la sangre justa, que ha sido derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar. En verdad os digo: Todo esto vendrá sobre esta generación. Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados: ¿cuántas veces he querido congregar a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y tú no has querido? He aquí que vuestra casa se os quedará desierta. Porque os digo que, desde ahora, ya no me veréis más hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.
Los Mártires continúan en el mundo el ministerio de Cristo, dando testimonio de su doctrina y sellándola con su sangre. El mundo no los ha reconocido; han brillado en las tinieblas como su Maestro, y las tinieblas no los han comprendido. Con todo, muchos han aceptado su testimonio y gracias a esta fecunda semilla han germinado para la fe. La Sinagoga fué rechazada por haber derramado la sangre de Esteban después de la de Cristo; ¡desgraciado, pues, quien no reconozca el mérito de los Mártires! Recojamos, nosotros las grandes lecciones que nos da su sacrificio, y demostremos con nuestra devoción hacia ellos la gratitud que les debemos por la sublime misión que han desempeñado y siguen desempeñando en la Iglesia. La Iglesia, efectivamente, no está nunca sin Mártires, como no está nunca sin milagros; es el doble testimonio que dará hasta el fin de los siglos, por cuyo medio manifiesta la vida divina que su fundador la ha comunicado. Durante el Ofertorio, la Santa Iglesia recuerda los méritos y la sublime muerte de Esteban, para manifestar que el sacrificio del santo Diácono se une al del mismo Jesucristo.
OFERTORIO
Eligieron los Apóstoles al Levita Esteban, lleno de fe y del Espíritu Santo: al que apedrearon los judíos mientras oraba y decía: Señor, Jesús, recibe mi espíritu, aleluya.
SECRETA
Recibe, Señor, estos dones en memoria de tus Santos: para que, así como el martirio los hizo a ellos gloriosos, así la piedad nos haga puros a nosotros. Por el Señor.
Unida a su divino Esposo por la santa Comunión,* la Iglesia ve también los cielos abiertos y a Jesús de pie a la diestra de Dios. Transmítele al Verbo encarnado todos sus sentimientos amorosos, y de este celestial alimento saca esa mansedumbre que le ayuda a soportar las injurias de sus enemigos, para ganarlos a todos a la fe y al amor de Jesucristo. También Esteban se había alimentado con este manjar divino, para lograr la fortaleza sobrehumana que le mereció la victoria y la corona.
COMUNIÓN
Veo los cielos abiertos, y a Jesús, que está a la diestra del poder de Dios: Señor Jesús, recibe mi espíritu, y no les imputes este pecado.
POSCOMUNIÓN
Ayúdennos, Señor, los misterios recibidos: y, por intercesión de tu bienaventurado mártir Esteban, haz que nos defiendan con eterna protección. Por el Señor.
Fuente: GUERANGER, Dom Prospero. El Año Litúrgico. Burgos, España. (1954) Editorial Aldecoa.