Sancta Dei Civitas de León XIII - 1880

Recomendando el auxilio para las obras de las Misiones.

Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica.

La Santa ciudad de Dios, que es la Iglesia, no se halla circunscrita dentro de los confines de ninguna región, y tiene la fuerza, recibida por su Fundador, de dilatar más cada día el espacio de sus tiendas y de extender las aras de sus tabernáculos 1. Este acrecentamiento del pueblo cristiano, si bien es obra principalmente de la íntima asistencia y ayuda del Espíritu Santo, puede, sin embargo, operarse extrínsecamente por obra de los hombres, y conforme a las costumbres humanas, siendo propio de la sabiduría de Dios que todas las cosas vayan ordenadas y conducidas a su fin por aquel modo que conviene a la naturaleza de cada una de ellas, y ninguna más adecuada a los hombres y a los oficios de los hombres y a los oficios de los hombres, que aquella por cuyo medio se obtiene el aumento de nuevos ciudadanos en esta terrestre Sión.

Porque, en primer lugar, están los que predican la palabra de Dios; y así Cristo enseñó con sus ejemplos y sus oráculos, y así el apóstol Pablo insistía diciendo:

¿Cómo creeremos aquel a quien no oímos?

¿Y cómo oiremos si no vemos a quién predica...? Porque la fe viene por el oído por la palabra de Cristo 2.

Estos oficios, en primer lugar, tocan a los que legítimamente han sido iniciados en el sagrado misterio, a los cuales, no poco ayuda y conforta el obtener los socorros externos y con plegarias dirigidas a Dios atraerse los dones celestiales, por lo cual son alabadas en el Evangelio aquellas señoras que a Cristo que evangelizaba el reino de Dios, auxiliaban con sus propios bienes 3; y Pablo da testimonio que a ellos y a cuantos anuncian en el Evangelio, es concedido por voluntad de Dios que vivan del Evangelio 4. Igualmente sabemos que Cristo a los que le sguían y escuchaban dio este mandamiento: Suplicad al amo de la miés que lleve a ella a sus operarios 5, y que sus primeros discípulos, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, acostumbraban a suplicar a Dios con estas palabras: Concede a tus siervos que anuncien con toda confianza tu palabra 6.

Estos dos oficios, que consisten en dar y en orar, además de ser utilísimos para ensanchar los confines del reino de los cielos, tienen la propiedad, a ellos inherente, de poder fácilmente ser consumados por todos en cualesquiera de las condiciones humanas. Porque ¿quién se halla en tan misera fortuna que no pueda dar una moneda íntima o sobrecargado con tantas ocupaciones que no pueda elevar alguna vez una plegaria a Dios por los nuncios del Santo Evangelio? Y ha estado siempre en las costumbres de los hombres apostólicos, y especialmente del Pontífice Romano, a quien incumbe mayormente la solicitud de propagar la fe cristiana, si bien no siempre se observó el mismo modo de emplear tales socorros, sino que fueron varios y diversos, según la variedad de los lugares, y la diversidad de los tiempos.

Así, siendo la tendencia de nuestra edad, la de emprender las cosas arduas, merced a la conjunción de los semejantes y a la fuerza de los muchos, vemos unirse o formarse en todas partes asociaciones, de las cuales algunas se han constituido para promover la Religión en todos los países, siendo entre todas la más eminente aquella pía asociación formada cerca de sesenta años ha en Lyon de Francia, que tomó el nombre de La propagación de la Fe, la cuál, en sus principios, tuvo por objeto socorrer a algunos misioneros en América. Mas como el grano de mostaza se convirtiera en árbol gigantesco de grandes y floridas ramas, todas las misiones esparcidas por el haz de la tierra lograron sus activos beneficios.

Esta excelente institución fue desde luego aprobada por los Pastores de la Iglesia, recogiendo elogios estupendos. Los Romanos Pontífices Pío VII, León XII, Pío VIII, Nuestros Predecesores, fervorosamente la recomendaron, enriqueciéndola con los dones de las indulgencias, y con mucho mayor empeño la promovió y con afecto verdaderamente paternal la miró Gregorio XVI, quien en la carta Encíclica del día 15 de agosto del año 40 de este siglo, habló de ella en estos términos:

Obra verdaderamente grande y santísima, la cual, con tenues obligaciones y ruegos cotidianos a Dios dirigidos por cada uno de los asociados, se sostiene, se acrecienta, se engrandece, y tiene por objeto socorrer a los operarios apostólicos, ejercitar con los neófitos las obras de la caridad cristiana, y librar a los fieles de los ímpetus de la persecución, Nos la estimamos dignísima de la admiración de todos los buenos. Ni debe creerse que tantas ventajas y provechos hayan venido en estos últimos tiempos a la Iglesia sin una mira especial de la divina Providencia, porque mientras estrechan a la amada Esposa de Cristo las maquinaciones de toda especie del enemigo infernal, nada podía suceder más oportuno que lo que aumente en los fieles el deseo de propagar la verdad católica, esforzándose todos, con celo concorde y reunidos recursos, en ganar almas para Cristo".

Después de lo cual exhortaba a los Obispos a fin de que todos en cada diócesis solícitamente adoptaran los medios que una institución tan saludable ganara siempre nuevos incrementos. Y tampoco se desvió de las huellas de su predecesor Pío IV, de gloriosa memoria, que en todas ocasiones tuvo empeño en ayudar a la benemeritísima asociación, promoviendo fructuosamente su prosperidad. Y de hecho, por la autoridad de él, aun más ampliamente fueron concedidos a los asociados los privilegios de la indulgencia pontificia, y más fue excitada en favor de esta obra la piedad crisitiana, y aquellos entre los mismos asociados más ilustres, y en quienes se habían probado méritos singulares, fueron decorados con varios honores; y finalmente, algunos auxilios externos, añejos a esta institución, fueron por el mismo Pontífice ampliados y encomiados.

En el mismo tiempo la emulación de la piedad hizo que nacieran dos nuevas asociaciones, de las cuales la uno tomó el nombre de la Santa Infancia de Jesucristo, y la otra, la de Escuela de Oriente. Tiene la primera por objeto el recoger y educar en los hábitos cristianos a los desgraciadísimos niños, cuyos padres, constreñidos por la miseria y el hambre, los abandonan bárbaramente, especialmente en las regiones de China, en las cuales está en uso esta clase de barbarie: por tanto, siendo afectuosamente recogidos por la caridad de los asociados y redimidos algunas veces por dinero, y se ocupa de que sean lavados en las fuentes de la regeneración cristiana, a fin de que, si crecen, con ayuda de Dios, sean una esperanza de la Iglesia, y si son presa de la muerte, queden seguros de adquirir la felicidad sempiterna.

La otra sociedad nombrada arriba cuida de los adolescentes, y por medio de toda clase de industrias se afana porque sean embebidos en la sana doctrina, cuidando de separar de ellos los peligros de la ciencia falaz, hacia la cual se inclinan por la impróvida codicia de crecer. Pero por lo demás, una y otra rama, prestan su acción coadyuvadora a aquella más antigua que se llama de la Propagación de la Fe, y todas sostenidas por los recursos y las plegarias del pueblo cristiano, en amistosa alianza conspiran al mismo fin, porque todas trabajan por hacer que, mediante la difusión de las luces evangélicas, grandísimo número de extraños a la Iglesia vengan al conocimiento de Dios y le adoren a Él y al Mandatario de El, Jesucristo. Y de aquí las merecidas alabanzas ya enunciadas, y que estas dos instituciones por Letras Apostólicas fueran encomiadas por nuestro Predecesor Pío IX y copiosamente enriquecidas con sagradas indulgencias.

Por tanto, viendo que estas tres ramas han gozado de tanto positivo favor a los ojos de los Sumos Pontífices, y viendo que ninguna de ellas ha desistido de realizar con empeño concorde su propio ministerio, dando sabrosos frutos de salvación, Nos estimulamos a nuestra Congregación de Propaganda Fide a no escatimar ayuda y alivio para sostener el peso de las misiones que tanto parecían florecer y tan jubilosas esperanzas daban de más rica cosecha para el porvenir.

Pero las muchas y violentas tempestades que contra la Iglesia se han desencadenado en los países ya iluminados por la luz evangélica, han traído grandes detrimentos para aquellas obras instituidas para civilizar a los pueblos bárbaros.

Porque muchas son las causas que han disminuido el número y la generosidad de los asociados; y en verdad, difundiéndose por el mundo depravadas opiniones, por las cuales se excitan los apetitos por los bienes terrenales y desmaya la esperanza de los bienes del cielo, ¿qué debe esperarse de quienes emplean el ánimo y el cuerpo en satisfacer sus concupiscencias? ¿Pueden los hombres entregados al egoísmo emplear oraciones, en las cuales imploren de Dios que lleve, con la gracia triunfadora, a los pueblos que yacen en las tinieblas, la luz divina del Evangelio? ¿Prestarán, por tanto, auxilios a los sacerdotes que por la fe trabajan y combaten? A la vez que por la maldad de los tiempos, sucede que aun el ánimo generoso de los hombres píos se retrae de la munificencia, en parte, porque con la abundancia de la iniquidad se enfría la caridad de muchos, en parte, porque las angustias privadas y el estado de las cosas públicas a lo cuál se agrega el temor de tiempos aun peores; hacen que muchos sean tenaces en el retener y parcos en el dar.

De otra parte, las misiones apostólicas se ven estrechadas por las múltiples y graves necesidades, porque cada día es menor el número de los sagrados operarios, a la vez porque aquellos son arrebatados por la muerte, o se invalidan por la vejez, o se imposibilitan por las fatigas, y no están prontos a reemplazar misioneros semejantes en número y valor. Y es que vemos a las familias religiosas, de las cuales muchos partían para las sagradas misiones, por infaustas leyes disueltas; a los clérigos, arrancados del altar y constreñidos a servir en los ejércitos; los bienes de uno y otro clero, en casi todas partes sacados a la venta y proscritos. Y estando abierto el camino a regiones que parecían inaccesibles, aumenta el conocimiento de los lugares y de las gentes, se piden otras muchas expediciones de soldados de Cristo para que se establezcan en nuevas estaciones.

Añádase la dificultad de los obstáculos generados por la contradicción, puesto que al mismo tiempo hombres falaces, sembradores de errores, se revisten como apóstoles de Cristo, y abundantemente provistos de auxilios humanos, usurpan el ministerio de Cristo a los sacerdotes católicos y reputan como bastantemente logrados sus fines, si hacen dudosa la vía de la salvación a aquellos que escuchan la palabra de Dios explicada de diferente modo. ¡Ojalá jamás saquen provecho de sus malas artes! Verdaderamente la miés es grande, pero los obreros son pocos, y acaso en breve tiempo serán menos.

Hallándose así las cosas, Venerables Hermanos, estimamos que es deber Nuestro estimular el celo y la caridad de los cristianos, a fin de que, sea con la oración, sea con la ofrenda, sean movidos a ayudar la obra de las sagradas misiones y promover la propagación de la fe. Obra de santa excelencia, como lo demuestra el bien de sus propósitos, y el fruto que de ellos se obtiene, puesto que esta santa obra tiende directamente a extender sobre el haz de la tierra la gloria del nombre de Cristo: siendo, sobre todo, benéfica para aquellos que son rescatadores de los vicios y de la sombra de la muerte, mientras otros adquieran la capacidad para la salvación sempiterna, pasando a la suavidad de la vida civilizada del culto bárbaro y de las costumbres salvajes. Por donde resulta también mucho más útil y fructuosa para aquellos que de cualquier modo participan de ella, puesto que se aumentan las riquezas espirituales y méritos para con Dios, habiendo más deudores del beneficio.

A vosotros, pues, Venerables Hermanos, llamados a participar de Nuestra solicitud, muy mucho os exhortamos a fin de que, estimulados por la confianza en Dios, y sin desmayar por ninguna dificultad, con ánimo conforme acudais con Nos a ayudar fuerte y enérgicamente a las Misiones Apostólicas. Se trata de la salud de las almas, por las cuales Nuestro Redentor dio su alma y nos constituyó a nosotros obispos y sacerdotes, para adelantar la obra de los santos y consumar la edificación de su cuerpo místico; de donde procede, que cuantos han sido puestos por Dios para custodia de sus rebaños, esfuércense por todos los medios, a fin de que las Sagradas Misiones obtengan aquellos auxilios que hemos recordado se hallaban en uso en los tiempos primordiales de la Iglesia; es decir, la predicación del Evangelio, la oración y la limosna de los hombres piadosos.

Si encontrais, pues, algunos hombres celosos por la divina gloria y prontos e idóneos para emprender las sagradas expediciones, alentadles, a fin de que, explorada y conocida la voluntad de Dios, no se dejen vencer por la carne y por la sangre, y se apresuren a secundar las voces del Espíritu Santo. A los demás sacerdotes, a las Órdenes religiosas de uno y otro sexo, y finalmente, a todos los fieles confiados a vuestro ministerio, inculcad con gran estudio para que con jamás interrumpidas plegarias imploren el auxilio celeste para los sembradores de la divina palabra. Poned por intercesora a María, Madre de Dios, que puede matar a todos los monstruos del error, a su purísimo Esposo, a quien muchas misiones han elegido ya como su protector y custodio, y a quien la Sede Apostólica ha dado por patrono a la Iglesia universal; al Príncipe y a toda la escala de los Apóstoles, de los cuales, por primera vez, partió la predicación del Evangelio, resonando por toda la tierra, y finalmente a todos los demás campeones distinguidos por la santidad que en el mismo ministerio han consumido su fuerza fecundando la vida con su sangre.

Que a la plegaria de súplica se una la limosna, cuya fuerza consiste en hacer que aquellos que ayudan a los hombres apostólicos, aunque separados por una gran distancia o absorbidos por otra ocupasión, se asocien sin embargo, a ellos en el trabajo y en el mérito. En verdad, el tiempo es tal, que muchos están constreñidos por la miseria; pero nadie por eso decaiga de ánimo, puesto que, para ninguno, ciertamente, puede ser grave la oblación de la ínfima moneda que para este objeto se pide, a fin de que, unidas muchas en una, puedan prestar grande auxilio. Nadie puede considerar, siguiendo vuestra enseñanza, Venerables Hermanos, que su liberalidad no será de provecho, porque presta al indigente, y porque de la limosna se dijo que era la más lucrativa de todas las industrias.

En hecho de verdad, por la promesa del mismo Jesucristo, no perderá su recompensa el que haya dado un sorbo de agua fresca a uno de sus pobres, y seguramente esperará amplísimas mercedes a aquel que da a las Sagradas Misiones un don exiguo, y añadiendo la oración, ejercita a la vez muchas y varias obras de caridad; sobre todas las que los Santos Padres llaman la más divina entre las obras divinas, y por lo cual se hacen cooperadores de Dios para la salvación del prójimo.

Alimentemos completa esperanza, Venerables Hermanos, de que todos aquellos que se glorían con el nombre de católicos, repasando en su mente estas consideraciones, y por vuestras exhortaciones inflamados, en manera alguna faltarán a esta obra de piedad que tanto interesa a Nuestro corazón. No permitirán que su celo para dilatar el reino de Jesucristo sea excedido por la energía y por la industria de los que se esfuerzan en propagar el dominio del príncipe de las tinieblas. Entretanto, implorando a Dios propicio favor para las propias empresas de los pueblos crisitanos, concedemos afectuosamente en el Señor la Apostólica bendición, testimonio de Nuestra singular benevolencia a vosotros, Venerables Hermanos, al clero y al pueblo confiados a vuestra vigilancia.

Dado en Roma, cerca de San Pedro, el día 3 de Diciembre de 1880, tercero de Nuestro Pontificado.

LEÓN PAPA XIII

 

  • 1Is. XIV, 2.
  • 2Rom. X, 14, 17.
  • 3Luc. VIII, 3.
  • 41 Cor. IX, 14.
  • 5Mat. IV, 38.
  • 6Act. IV, 29.