Un mártir de Cristo Rey - José Sánchez del Rio
Para adentrarnos en la vida del Beato José Sánchez del Río, creo que valdrá la pena examinar los acontecimientos de la época. Plutarco Elías Calles llegó a la presidencia de la República el 1º de diciembre de 1924. El entorno era de una abierta y descarada persecución contra la Iglesia Católica, los sacerdotes y religiosos fueron apartados de las labores de docencia y educación de los niños y jóvenes; se ordenó la desintegración de las órdenes religiosas, negándoseles la vida en común; se imprimió el carácter laico en las escuelas, entendiéndose esto como la exclusión de la educación católica; las Iglesias, al igual que casas de sacerdotes y obispos, conventos, colegios y seminarios pasaron a ser propiedad de la nación; etc.
Ante tanta arbitrariedad de las autoridades, el episcopado mexicano, con autorización de S.S. Pio XI, decretó como protesta a la persecución religiosa, la suspensión del culto público a partir del 31 de julio de 1926, con el objeto de que los sacerdotes no fuesen apresados por el gobierno. La policía se dedicó a perseguir a los sacerdotes que secretamente seguían celebrando los sacramentos en casas particulares. Cualquier camino legal para resolver el conflicto fue negado. Así fue que, como último recurso, el pueblo católico tomó la defensa de la fe, brotando grupos armados de católicos entre los meses de agosto y septiembre de 1926, al grito de “¡Viva Cristo Rey!”, “¡Viva la Virgen de Guadalupe!”.
Es lugar común en muchos santos, la buena educación moral recibida en casa y de parte de sus padres, quienes constituyeron el primer ejemplo de virtud que luego imitaron en su vida. En el caso de José, así fue. El Beato José Sánchez del Río nació el 28 de marzo de 1913, en la entonces Villa de Sahuayo, en el estado de Michoacán. De su padre, Macario Sánchez Sánchez se dice que era recto y noble, de convicciones firmes, hombre próspero fruto de su tesón y trabajo; tenía un hermano sacerdote, el Pbro. Dn. Ignacio Sánchez. Por su parte, su madre, María del Río Arteaga era de corazón bondadoso, generosa, dedicada al hogar y a la educación de sus hijos. Justo es decir, que los padres de José entendieron que la mayor herencia que podían dejar a sus hijos era la fe, la fe católica. Sólo así se entiende el anhelo, que a los trece años de edad, tenía José de dar su vida por defender la fe que le habían inculcado sus padres, evidenciado en éstas palabras que dirigió a su madre: “¡Mamá, nunca como ahora ha sido tan fácil ganarnos el cielo!, ¡déjame ir!, ¡dame tu bendición!”.
José logró el consentimiento de sus padres para unirse a las fuerzas Cristeras. Debido a su corta edad, largo peregrinar tuvo que hacer para que finalmente el Gral. Prudencio Mendoza le aceptase en sus filas, poniéndolo a las órdenes del Gral. Rubén Guízar Morfín, quién le encomendó labores tales como: atender los caballos, aceitar los fusiles y ayudar a preparar los alimentos, las cuales desempeñó con gran diligencia y alegría. Finalmente, se ganó la confianza del Gral. Guízar, quien lo nombró clarín y abanderado, participando así en varios combates. El 6 de febrero de 1928, en un enfrentamiento con las tropas federales del Gral. Tranquilino Mendoza, el Gral. Rubén Guízar Morfín estuvo a punto de ser hecho prisionero, una vez que le hubieron matado a su caballo. Fue José, quien cediéndole su montura y a insistencia de la necesidad que sus tropas tenían de él, salvó su vida. Por su parte, José fue hecho prisionero y llevado a Cotija, desde donde escribió una carta a su madre, consciente de la inminencia de su muerte, pidiéndole su bendición y la de su padre y rogándole se conformase a la voluntad de Dios.
José, junto con otro joven llamado Lorenzo, fue trasladado de Cotija a Sahuayo el 7 de febrero de 1928 y puesto a disposición del diputado federal Rafael Picazo Sánchez, su padrino de Primera Comunión, quién les asignó como cárcel el baptisterio de la Parroquia de Santiago Apóstol. José, indignado al ver profanado el templo con unos gallos y un caballo que se hallaban dentro del mismo y que eran propiedad de su padrino, logró desatarse de sus ligaduras y mató a los animales, provocando la furia de su carcelero al enterarse de lo sucedido. El 8 de febrero fue colgado frente a él su compañero Lorenzo –a quién dieron por muerto y que providencialmente sobrevivió, agenciándose posteriormente el apodo de Lázaro entre sus compañeros cristeros–, con el objeto de asustarlo e infundirle temor. Finalmente, el 10 de febrero el diputado Picazo dio orden a sus secuaces para que mataran a José. Dicho día, le visitó su tía Magdalena, quién logró llevarle la sagrada comunión. Esperando la oscuridad de la noche, a las once, sus captores le quitaron los zapatos y le rebanaron las plantas de los pies, obligándole a caminar desde su prisión hasta el cementerio municipal. Le apuñalaron en diversas partes del cuerpo, recibió culetazos y chicotazos, pero José no se amedrentaba y gritaba con más fuerza ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe! Finalmente, ante la entereza del niño y enfurecidos, uno de los ejecutores saco su pistola y descargó un tiro en la cabeza de José, justo detrás de la oreja derecha. A las 11:30 de la noche del 10 de febrero de 1928, cayó José bañado en sangre; tenía 14 años 11 meses de edad.