Las razones de nuestro fundador

Fuente: Distrito de México

Las verdades de siempre, banderas de la lucha de Monseñor.

Vemos las consecuencias de la reforma litúrgica. Los desastres que padecemos en la Iglesia tienen un fundamento doctrinal. A casi treinta años de este sermón de Monseñor Lefebvre, nuestro fundador nos da las razones del combate de la FSSPX que continúa, sin desfallecer, el día de hoy.

 

En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con piel de oveja, mas por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Por ventura se arrancan uvas de los espinos, o higos de los zarzales? Así, todo árbol bueno da buenos frutos; y todo árbol malo produce frutos malos. No puede el árbol bueno dar malos frutos, ni el árbol malo darlos buenos. Todo árbol que no da buen fruto será cortado y echado al fuego. Así pues, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice Señor, Señor, entrará por eso en el reino de los Cielos; sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial, ése es el que entrará en el reino de los Cielos."1

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Nuestro Señor nos previene contra los malos pastores. Cuidaos de los pastores que vienen hacia vosotros vestidos de piel de oveja, pero que por dentro son lobos rapaces. ¡Tened cuidado! Sin embargo ‒dice el Señor‒, ¿cómo los habréis de reconocer? Los reconoceréis por sus frutos. Así como un árbol bueno no puede dar malos frutos, del mismo modo, un árbol malo no puede dar frutos buenos.

El evangelio de hoy es lo que estamos viviendo nosotros hoy en día. Es, sin duda, lo que dificulta nuestro ministerio, el cual es objeto de crítica y al que se le hace resistencia so pretexto de que no queremos acomodarnos al gusto de la época y a la transformación que se operó en la Iglesia tras el Vaticano II. Pero esto sucede, precisamente, porque los frutos son malos.

Es de una claridad meridiana… Los seminarios están vacíos. Los sacerdotes ya no creen en lo que ellos mismos son. Quieren ser como los laicos y vivir en este espíritu de secularización, sin ser diferentes del resto.

¡Cuántos son los que abandonan su estado sacerdotal! Se venden los conventos de religiosos y religiosas. Ya no hay vocaciones. Se cierran las parroquias. Es la ruina de todo. Esos son los malos frutos. Y eso porque los pastores no son buenos, porque no hacen lo que deben hacer. Los pastores no han guardado la Tradición y los tesoros que Nuestro Señor Jesucristo les ha confiado. Han querido inventar desde los fundamentos mismos una nueva Iglesia… ¡pero una nueva Iglesia no se inventa! La Iglesia es lo que es y ella debe quedar así como está hasta el fin de los tiempos. No cambiará. No puede cambiar, porque ha sido fundada por Nuestro Señor Jesucristo, que es Dios, y Dios no cambia.

Es por eso que siempre habrá, y siempre deberá haber, el Santo Sacrificio de la Misa, y no una “eucaristía” cualquiera, una “comida” cualquiera, sino el Santo Sacrificio de la Misa, el sacrificio del Calvario renovado sobre el altar. Es el sacrificio de la Iglesia, los sacramentos, la enseñanza de la Iglesia, el catecismo de la Iglesia. No se pueden cambiar esas cosas sin arruinar completamente nuestra fe.

Debido a que nos oponemos absolutamente a todos estos cambios que nos hacen protestantes, o simplemente que nos hacen perder nuestra fe, y porque no queremos perder la fe, es por eso que se nos persigue. Sí, hay que decirlo: se nos persigue porque queremos permanecer católicos.

Es por eso, en razón de los acontecimientos que vivimos hoy en día y que no dependen de mí, que se nos llama cismáticos, que se nos dice excomulgados. Preguntémonos quién es el que nos acusa de ello y por qué se nos ha excomulgado. Los que nos excomulgaron ya están ellos mismos excomulgados desde hace mucho tiempo. ¿Por qué? Porque son modernistas, de espíritu modernista, hicieron una Iglesia conforme al espíritu del mundo. Y es este modernismo lo que ha sido condenado por San Pío X, el Patrono de la Fraternidad. El último Papa santo condenó a los modernistas y los excomulgó. Todos esos espíritus modernistas han sido excomulgados por San Pío X. Todas estas personas imbuidas de principios modernistas son las que nos excomulgan, cuando son ellos los excomulgados por el Papa San Pío X.

¿Y por qué nos excomulgan? Porque queremos permanecer católicos, porque no queremos secundarlos en este espíritu de demolición de la Iglesia. "Porque ustedes no quieren unirse a nosotros para contribuir a la demolición de la Iglesia, los excomulgamos." ¡Muy bien! Gracias. Preferimos ser excomulgados. No queremos tener parte en esta obra espantosa que tiene lugar desde hace veinte años en la Iglesia.

"Roma perderá la fe. Un eclipse se extenderá sobre Roma".

Los Obispos mismos de América del Sur declararon últimamente en una reunión que entre cuarenta y sesenta millones de católicos sudamericanos perdieron la fe desde 1968 y se pasaron a las sectas. No somos nosotros quienes lo decimos, son los propios Obispos de América del Sur.

¿Por qué estos católicos perdieron la fe? Porque se les dice que todas las religiones son iguales. Dado que los adventistas, los adherentes de la secta Moon, los testigos de Jehová y todas las sectas que hoy en día se difunden por el mundo entero insisten tanto a estos pobres católicos abandonados por sus sacerdotes, es que estos terminan pasándose a las sectas. Es una comprobación horrible, abominable. La Iglesia católica está en vías de disolverse y desaparecer.

Dios ha permitido que vosotros, queridos hermanos, hayáis comprendido y hecho vuestra elección: quiero permanecer católico como mis padres, como mis abuelos, como los que construyeron todas las iglesias de Alsacia. Eran católicos en razón del Santo Sacrificio de la Misa y no en virtud de una misa cualquiera. Todos los santos de Alsacia, todos esos misioneros y todos esos sacerdotes ejemplares que dio Alsacia con tanta abundancia… vosotros queréis permanecer unidos a ellos. Tienen razón, mil veces razón. No queréis que se cierren las parroquias, o que se conviertan en espacios que ya no son católicos, donde se invita a los protestantes, donde se recibe a los budistas y a los musulmanes. Es inimaginable… es increíble…

Así, pues, queridos amigos, ustedes tendrán que afrontar dificultades. Van a ser perseguidos. Los perseguirán porque ustedes quieren permanecer fieles a la Iglesia católica de siempre; porque quieren permanecer fieles al Santo Sacrificio de la Misa, a los sacramentos y a la enseñanza de la Iglesia.

Ustedes no son los primeros. Todos los mártires hicieron eso. Derramaron su sangre. ¿Por qué? Sólo para guardar la fe. Sí, desobedecieron a la autoridad que les decía: abandonen su fe, si no los matamos… Y bien, mátennos. Y a menudo se los ha matado en circunstancias abominables, terribles. Niños, jóvenes muchachas, personas de toda edad. Prefirieron dar su sangre antes que abandonar la fe. Hubiese sido tan fácil: un poco de incienso a Júpiter, un poco de incienso a una divinidad cualquiera para salvar sus vidas. Pero prefirieron guardar la fe en Nuestro Señor Jesucristo y morir por Él. Son nuestros antecesores, nuestros ejemplos.

Hoy no se nos pide derramar nuestra sangre, sino nuestra reputación… en cierta medida, nuestra vida social: se nos divide, se nos desgaja, se nos rechaza de las iglesias, se nos persigue de todas las maneras. Es un martirio moral. Y bien, sufrámoslo mientras Dios lo quiera, pero guardemos la fe a ejemplo de los mártires y los santos que los precedieron.

Pidámosle sobre todo a la Virgen María, nuestra buena Madre del cielo, Nuestra Señora de Fátima, que nos predijo y anunció todas estas desdichas que caerían sobre la Iglesia si no se consagraba el mundo a su Corazón Inmaculado.

Ahora nos encontramos ante esta situación. En La Salette la Virgen también predijo: Roma perderá la fe. Un eclipse se extenderá sobre Roma. Asistimos a ello con mucho dolor. Eso forma parte de nuestro martirio moral, ver así desgarrada la Iglesia romana, esta Iglesia católica que amamos tanto… verla —al menos en muchos de sus miembros— encaminada hacia la pérdida de la fe. No podemos asistir impasibles a eso…

Recemos, pues, hagamos sacrificios, supliquemos a la Virgen María que venga a socorrer a la Iglesia para que resucite. Así sea.

Monseñor Marcel Lefebvre. Sermón en L’Etoile du Matin. Domingo VII° después de Pentecostés, 1988

Publicado en la revista Jesus Christus n° 117, mayo/junio de 2008