Apariciones de Fátima: el Ángel de la Paz

Las apariciones del Ángel de la Paz, ocurridas hace 100 años, son un preludio y una preparación divina a las apariciones de Nuestra Señora en Fátima en 1917.

La historia de Fátima comienza realmente en el año 1916 cuando 3 niños: Lucía, de 9 años, Francisco, de 8 años y Jacinta, una niñita de 6 años, recibieron la visita de un Ángel en el valle de Cova de Iría, ubicado cerca del pueblo de Fátima, en Portugal. Aquel día fue igual a tantos otros en los que los niños llevaban a pastar a las ovejas de sus padres. En ese día particular, a principios de la primavera de 1916, comenzó a llover y los niños se apresuraron para llegar a las faldas del cerro, al sur del pueblo, y resguardarse dentro de una pequeña cueva natural, llamada Cabeço. Ahí continuaron con sus juegos, comieron sus almuerzos y, como era la costumbre en todo Portugal, se arrodillaron para rezar juntos el rosario.

El Ángel de la Paz

Antes de terminar el Rosario comenzaron a sentir un fuerte viento y, observando a su alrededor, descubrieron a lo lejos una extraña luz sobre el valle. Mientras la miraban, la luz se acercó más y más al lugar donde se encontraban arrodillados, hasta que, finalmente, llegó hasta la entrada de la pequeña cueva. Ahí, la luz tomó la forma de un joven de aproximadamente 15 años de edad. “¡No tengan miedo! Soy el Ángel de la Paz. Recen conmigo”.

Luego, postrándose el Ángel con su frente tocando la tierra, les dijo a los niños la siguiente oración:

Dios mío yo creo, adoro, espero y Os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no Os aman".

El Ángel repitió esta oración tres veces. “Recen de esta manera”, dijo el Ángel marchándose. “Los Corazones de Jesús y María están atentos a sus súplicas”.

Ese verano de 1916, el Ángel visitó a los niños en dos ocasiones más. La segunda vez llegó mientras jugaban cerca del viejo pozo que se encontraba detrás de la casa de Lucía. Repentinamente, y sin ninguna advertencia, se apareció y les preguntó: “¿Qué hacen? Recen, recen sin cesar. Ofrezcan oraciones y sacrificios al Todopoderoso”. Lucía, desconcertada por estas palabras, se atrevió a preguntar: “Pero, ¿cómo? ¿Cómo podemos sacrificarnos?”. A lo que el Ángel respondió:

En todo lo que hagan, ofrezcan un sacrificio a Dios para reparar los pecados con los que Él es ofendido… Ante todo, acepten y soporten con sumisión el sufrimiento que Dios les envíe”.

Más tarde ese mismo día, cuando se encontraban en el valle, las niñas le explicaron esto a Francisco, quien había visto al Ángel pero sin escuchar su voz. “Pero, ¿cómo podemos sufrir?", preguntó Francisco. “No estamos enfermos. Tenemos suficiente comida y un lugar donde vivir”.

Muy pronto comprendió el significado de las palabras del Ángel, cuando su hermano mayor se unió al ejército que luchaba en la Primera Guerra Mundial. Incluso la pequeña Jacinta, deprimida por las preocupaciones de su hogar y las historias de muerte en el campo de batalla, así como por los problemas que habían surgido en la familia de Lucía cuando su padre comenzó a gastar todo su dinero en vino, estiraba sus bracitos y clamaba: “Señor, te ofrecemos todos estos sufrimientos por la conversión de los pobres pecadores”.

Reparación

Hacia finales del verano, el Ángel se les apareció mientras los niños rezaban en aquel lugar en Cabeço. Sostenía entre sus manos un cáliz, y encima de éste, una Hostia sangrante. Arrodillándose, ofreció esta conmovedora oración:

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo Os adoro profundamente y Os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y por el Corazón Inmaculado de la Virgen María, Os pido la conversión de los pobres pecadores”.

Después, dándole la Hostia a Lucía, y el contenido del cáliz a Francisco y Jacinta, dijo:

Tomen y beban el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, atrozmente ultrajado por los hombres ingratos. Hagan actos de reparación por sus crímenes y consuelen a su Dios”.

Esa fue la última vez que los niños vieron al Ángel de la Paz.

No hubo otros acontecimientos en los días “habituales” que siguieron. El verano terminó, llegó el invierno, y luego la primavera, trayendo consigo nueva vida, y todo el tiempo los niños albergaban en su corazón la esperanza de que la Creatura de Luz regresara a ellos.